Soy periodista y ya tengo más o menos como unos 12 o 13 años de experiencia. Siempre cuento que de chiquita jugaba a hacer programas de radio. Los grababa en equipos de cassette, «amigos cómo están, soy Yohana Marra», y cuando mi prima iba para la casa, yo la ponía de invitada, hacía pausas de música, buscaba una canción en la radio, grababa la canción y todo era muy producido. También hacíamos programas con la handycam de mi hermana. Una vez vi un programa de Ana Vacarella en el Retén de Catia y «¡guau! Yo quiero eso, yo quiero hacer entrevistas a presos».
Ahora soy jefa de redacción de Crónica Uno y he vivido muchas experiencias que jamás imaginé vivir. Yo empecé a trabajar muy joven en un cyber, luego, cuando estaba hacia el quinto semestre comencé a ejercer, a trabajar como pasante; después comencé en el diario La Voz y hacía mucha comunida, pero mi jefe siempre me decía «es que yo a ti te veo haciendo sucesos», pero yo no quería hacer sucesos, yo quería ir a los barrios a hablar con la gente; y lo respetaron, pero después sí lo hice y me enamoré de eso.
Mi jefe insistía en que yo tenía que hacer sucesos, creo que él veía algo en mí que yo no, entonces me mandó a una protesta de los familiares de los presos de la cárcel de El Rodeo. Empecé con la cobertura, que duró varias semanas. Recuerdo que fui con un motorizado y otra periodista. Subimos las dos de parrilleras a un barriecito desde donde se veía todo el penal, era como una especie de invasión y estaban todos los vecinos en el piso diciéndonos: «¡échense al piso!». Tuvimos que entrar arrastrándonos porque veíamos los destellos del tiroteo y muchos decían: «¡mira cómo llegan los impactos de balas!». Yo continué yendo y empecé a hablar con familiares de los presos, a conocer ese mundo, las terminologías, qué era un Lucero, quién era el Carro de la cárcel, el Pran, los Evangélicos, que se convierten a la religión y son los que limpian y les perdonan la vida. Esas eran realidades que todavía no se conocían. Algunas mujeres me contaban que en la cárcel hacían fiestas hawaianas y cosas que no estaban permitidas, como que las mujeres pasaran semanas allí o que entraran con los niños, que hacían fiestas de disfraces. Y todo eso era una realidad completamente normal entre ellos y también para mujeres que frecuentaban el lugar.
Mi jefe de ese momento insistía en que buscara historias, que contara historias de las personas. Y así fue que yo me enamoré de la crónica; él vio que yo tenía la capacidad de escuchar historias y luego me di cuenta de que sí, que se trata de escuchar, abrazar, porque ¿dónde dice que el periodista no puede abrazar? El periodista llora, yo me he derrumbado con alguna historia. A veces pienso que los ciudadanos creen que a nosotros no se nos va la luz, no nos falta el dinero, no estamos con esta misma situación. Creo que es una percepción que tienen, pero mira, a nosotros también se nos va el agua y tenemos necesidades como todos en este país.
Una de las cosas que yo le digo a las muchachas que están empezando a ser periodistas es que no normalicemos que se va el agua, que en hospitales hay niños esperando por medicamentos, por operaciones, porque tenemos tantos años viviendo de esta forma que lo normalizamos y entonces se invisibiliza. Y si el periodista normaliza la situación, invisibiliza que hay niños en el J.M. de los Ríos esperando por un trasplante, o que hay niños que ven clases dos veces a la semana, no se resuelven los problemas y tenemos que insistir, ¿ya hemos hablado mucho de esto? No me importa. Vamos a seguir diciéndole a la gente que esto está pasando.
Comenzó a atraerme el tema de la violencia de género y he hablado con muchas mujeres; entonces se despertó esa vena de ayudar a otras mujeres a que reconozcan la violencia, porque violencia no solo es el golpe. Me fue interesando el tema del inicio de la violencia, de la violencia que comienza en el noviazgo, o en el caso de la migración, de lo expuestas que están las mujeres en los países de acogida. Ser periodista, y que otras mujeres lean mis publicaciones, es ayudar a otras a reconocer muchos tipos de violencia. Y si yo cuento la historia de alguna de ellas, quizás la lee otra que está pasando por lo mismo y dice, mira, pero si ella pudo salir quizás yo también.
A mí me gustaría que mi hijo sea un hombre que no maltrate, o sea, yo estoy criando a un hombre, un niño que yo quiero que respete a las mujeres y a todos. Desde preescolar hay que enseñarles que si una niñita te dice que no quiere jugar contigo, debes respetar ese «no». En mis manos tengo criar a un hombre maltratador o criar a un hombre que respete y valore a las mujeres y a toda la diversidad. Se trata de enseñar el amor, y eso es dejar que la otra persona sea libre a tu lado y que se pueda desarrollar y hacer lo que ella quiera hacer.