Cuando era pequeña, las redes sociales no existían. Era imposible que soñara con tener una agencia de marketing digital en el futuro. Lo que soy ahora no es un lugar al que quería llegar, entendido como la idea romántica de un sueño, sino la suma de decisiones en mi vida. Emprendí a mis 18 años en un contexto muy solitario; mi mamá había muerto y mi familia era pequeña. A los 22 tuve a mi hija, hice todo muy temprano.
En la universidad, algún profesor me dijo que Facebook era una moda, pero a mí eso no me parecía. Aún con todo mi empeño y pasión, a los 20 no sabía mucho de gerencia, y ha sido un gran camino hasta acá, en el que he ido aprendiendo a mejorar mi liderazgo, entendiendo que nadie es perfecto y enfrentando distintos retos empresariales. Mi mayor miedo actualmente es que, con la edad o las brechas generacionales, pierda esa capacidad que creo tener de ser alguien abierta al futuro y lo que trae. Alguien que se interesa por las nuevas tecnologías y cómo estas pueden ayudarnos como sociedad en nuestro proceso de evolución.
No considero tener una imagen de una sola meta. Lo que sí quiero es, cada día, vivir más tranquila con las decisiones que tomo y llegar a ser una persona que sepa tener compasión en el momento correcto. También quiero para mi hija, Carlota, una crianza distinta a la mía. Viví una infancia difícil, con un círculo familiar muy complicado y muchas situaciones de violencia por decisiones de los adultos. Yo decidí construir otra historia para mi hija. Fue un proceso muy exigente porque, para una persona que vivió la infancia que yo tuve, convertirse en una mamá que jamás ha tenido que recurrir a la violencia ni a la agresión es todo un reto. Siento que ya hice lo que tenía que hacer, que era romper el círculo familiar de violencia que había en mi casa. Ahora mismo, si mi empresa quiebra o me pasa algo, Dios no lo quiera, ya estoy tranquila con eso.
Ver a Carlota como la persona tan increíble que es me deja satisfecha. Lo más importante es que ella, que hoy tiene 15 años, cuando tenga sus 18, 19 o 20, esté lista para volar solita y diga: «¡Wow!, mi éxito es parte de la formación que yo tuve y de la base que me dio mi mamá».
Me es casi inevitable querer enseñar; no sé de dónde viene. Puede ser porque viví al lado de un colegio o por ser hermana mayor. Lo que sé es que desde pequeña jugaba a dar clases. En la universidad empecé a estudiar Comunicación Social y Educación; mi intención era terminar ambas carreras en simultáneo, pero eso, junto a mi emprendimiento y convertirme en mamá, no fue sostenible en ese momento. No me arrepiento de haber seguido con la comunicación y ahora siento que mi vocación de enseñar y mi profesión han encontrado una simbiosis muy bonita. Tengo alrededor de 100.000 alumnos en línea que han encontrado en las redes sociales un espacio democrático para realizar sus ideas.
Mi intención siempre fue aportar al sistema educativo de Venezuela. Por las crisis, tuve que salir, pero la agencia sigue operando en el país, y veo cómo impacta a otros, dándole oportunidades a personas recién egresadas, siendo una referencia para otras agencias y haciendo crecer otras empresas que a su vez generan más empleos. En ese sentido, me gusta pensar que soy una habilitadora que ayuda a otros a desarrollar su potencial. Cada país tiene crisis, ventajas y cosas en las que trabajar, y debemos pensar qué podemos hacer con eso en cada contexto
A mis 29 años estuve en Nueva York, trabajando junto a personas inspiradoras, y al final de ese viaje quise hacer algo conmemorativo. Me preguntaba qué me hizo estar ahí representando a mi empresa, siendo una mujer de Venezuela, con todas las situaciones a las que he tenido que sobreponerme. Una vuelta en bicicleta por Central Park se transformó en un tatuaje. Decidí escribirme algo permanente en las manos como un recordatorio. Del lado izquierdo, el del corazón, «Dreamer» o soñadora; y del derecho en mi mano diestra, «Doer» o hacedora.
Estas palabras me recuerdan a mis padres divorciados: mi papá, un soñador con grandiosas ideas, que quizás se deja llevar demasiado por la imaginación; y, por otro lado, mi mamá, que era una gran hacedora, alguien que hacía que las cosas pasaran y que estaba más dedicada al trabajo y a traer comida a la casa. Siento que tengo la fortuna de haber tomado lo bueno de ambos: la capacidad de implementar y hacer de mi mamá, y la capacidad de soñar y ser creativa de mi papá. Se ha introducido una comunión dentro de mí, algo que me permite conciliar la razón y el hacer con ese corazón soñador.
Creo en la urgencia de hacer, que las cosas no se deben dejar para después o creer que van a llegar solas solo porque las merecemos. Si encuentro que algo tiene un propósito claro, lo hago y no dejo de, al menos, probar la idea. Para esto es importante creer que eres capaz, y eso es lo que intento estimular en otros. Creo que contribuir a que haya mayor excelencia en mi industria y mayor innovación, también es contribuir a que otros se sientan más capaces y motivados hacia las ideas. Me gusta ser una provocadora de la creatividad.