Me defino como mamá porque es el rol que va conmigo a todos lados. Creo que soy una de las tantas mujeres que buscan construir su mejor versión gracias a esa etiqueta. Después de que gané el Miss Universo veía imposible alcanzar logros extraordinarios. ¿Qué viene después? ¿Qué se puede sentir tan maravilloso como un logro así? Hasta que me encontré con el ser mamá. Creo que es el rol principal que me identifica más allá de cualquier logro, mérito, profesión o trabajo que pueda tener, porque es el motor que me lleva a ser esa mejor versión de mí en cualquier ámbito.
Mi trabajo como directora de Comunicaciones y Formación del Miss Venezuela me apasiona mucho, siento que soy parte de un proyecto que es icónico y simbólico para la cultura venezolana y el mundo, y siento también que es una forma de dejar un legado. Uno no sabe cuánto tiempo va a estar en este tipo de lugares con la posibilidad de hacer cambios y sembrar nuevas formas de hacer las cosas. Me apasiona la oportunidad de transformar un poco la visión del Miss Venezuela —más que un certamen de belleza, es un movimiento que busca empoderar a la mujer venezolana, que tome el control de su vida, crea en sí misma, aprenda a superarse y descubrirse capaz. Porque también es una plataforma que busca impactar vidas.
Creo que no hay forma de inspirar a otras personas si uno no está bien. Durante estos últimos años he transitado un proceso de dejar de ignorarme y de ser un poquito más fiel a lo que soy, porque a veces la vida te lleva a poner tu atención en todo menos en ti. Convertirme en mamá me abrió los ojos a la necesidad de entenderme. Empecé a descubrir muchas limitaciones, muchos miedos, que provenían de mi crianza y que de adulta me estaban afectando. Creo que cuando vas soltando te das cuenta de que eres suficiente. Reconocerte suficiente dentro de un mundo de certamen de belleza es súper difícil. Durante este proceso de evolución personal me certifiqué como Coach Integral del Ser, y me ayudó a ver con más empatía y respeto el camino individual de las participantes. Cada una está transitando un camino distinto, con una ilusión distinta, con recursos diferentes, con cualidades físicas e intelectuales diferentes. Aprendes mucho de cada una de ellas, y sobre todo aprendes que la oportunidad de evolucionar es constante.
Si pudiera decirle algo a mi niña interior o adolescente sería: «No le pares a más nadie, cree en ti, que tienes todo el potencial para lograr lo que quieras por encima de cualquier comentario». Solo me hacía falta creer en mí, pero qué difícil es creer en ti cuando nos acostumbran a desviarnos por complacer al otro, a querer ser la mejor del salón, o la mejor en esa actividad extracurricular que realizas. Soy fiel creyente de que la belleza sin esencia, sin espíritu, sin alma, sin empatía, sin corazón, no trasciende. La mujer más bella es la que sonríe desde el alma; es la que tiene una razón para que sus ojos brillen.
El Miss Venezuela me parecía un poco banal, frío, no lo veía alineado a lo que soy. Sin embargo, cuando llegué ahí, dije, «yo puedo transformarlo». Y así hice. Con el Miss Universo dije, «voy a usar esta plataforma para dejar un legado que esté alineado con lo que yo soy». En cada país que visité me interesé por conocer sus necesidades. Soy una de las Miss Universo que ha realizado mayores acciones a nivel humanitario —recibí el reconocimiento del Papa, en el Vaticano, por mis esfuerzos humanitarios.
Creo que me define la necesidad de ser un factor de cambio, de usar mi voz para impactar de alguna forma y trabajar desde pequeñas acciones. Mi meta es seguir trabajando con cariño y seguir siendo una venezolana comprometida con ser esa mejor versión; para que la huella que deje siempre sea bonita y positiva.