Para mí es perfectamente natural viajar por Venezuela, porque cuando yo era una niñita viajábamos siempre con mi papá. Nosotros somos cinco hermanos y era una cosa como religiosa, andar los siete, nosotros cinco, mi papá y mi mamá. Mi papá siempre fue un hombre de carretera porque también así era mi abuelo; él de repente le decía a mi papá «vámonos para Colombia» y eso era ¡zuas! una semana de viaje. Así, fuimos a Los Llanos, a Mérida, por todo el oriente, a Margarita, al sur de Venezuela. La primera vez en la vida que nosotros cinco nos montamos en avión fue para ir a Canaima en el año 64. Yo tenía diez años, me acuerdo clarito de todo.
Hubo algo de mi papá que se me quedó para toda la vida, y es que la carretera se agarra temprano, o sea, ¡yo jamás! salgo pa’ ningún lado después de las diez, ¿qué te pasa? ¡A las diez de la mañana ya yo llegué a Barquisimeto! O sea, nosotros salimos siempre a las seis como norma y, además no me paro en ningún lado a desayunar porque pierdes la salida de la mañana, sino que comemos en el carro sandwichitos y café, para que de verdad te rinda la carretera en esas primeras horas, que son, además, las más frescas y con la luz más bonita. Si sales a las diez de la mañana, no llegas a ninguna parte.
Cuando ya era grande, claro que seguí viajando y entonces en los años ’80 empecé a escribir el Manual de Ociosidades en Feriado, que era la revista dominical de El Nacional; ahí yo comentaba sitios de toda Venezuela, más razón aún para viajar. Y nunca estuve pensando en que eso pudiera determinar, más adelante, que hiciera Bitácora.
Yo siempre estaba pelando muchíííísimo y viendo cómo hacía y en qué trabajaba y dónde me metía y entonces, en un momento en que me había quedado sin trabajo, agarré un día y dije, bueno, yo me voy a ir para la fiesta aniversario de El Nacional porque yo ahí consigo algo; bueno, eso era una locura de gente y me conseguí a Carlos Oteyza que me dijo «tengo dos días llamándote». Entonces fuimos a almorzar y me contó lo de Bitácora, que era un programa independiente para Radio Caracas Televisión. Hicimos un piloto, lo llevamos, y ese mismo piloto salió al aire, y a partir de ese momento estuvimos 15 años con el programa.
También yo sabía que quería hacer un librito, una guía turística, y que cuando la gente viera el programa en la tele supiera que podía ir a ese sitio. Yo decía, bueno, la gente tiene que saber cómo llegar, dónde duerme, qué come, qué visita, ¿sabes?, súper periodístico, así que se hizo La Guía de Valentina Quintero.
Y, ¿qué es lo que nosotros queríamos con este programa, con Bitácora? Pues, crear sentido de arraigo, o sea, que los venezolanos conozcan Venezuela para que la quieran, para que la defiendan, para que les importe, porque tú solamente quieres lo que conoces. Y cuando nos preguntamos por qué no hacíamos cosas en el exterior, dije, «pues porque nosotros lo que queremos es enseñar Venezuela y enseñársela a los venezolanos». Hubo comentarios de que si el lenguaje era muy informal, o autóctono, y yo les decía, «YO le estoy hablando a LOS venezolanos, ¿ok?, porque esa es la razón para hacer este programa». Y 30 años después, estoy convencida de que esa fue la clave por la que Bitácora marcó de esa forma.
El programa generó una conexión entre gente de distintas partes del país porque, claro, ¿cómo podían los pescadores de Margarita saber de qué vivían los campesinos en Mérida o cómo trabajaban la tierra? ¿Y cómo podía la gente de Mérida saber cómo vivían los pemones en la Gran Sabana? ¿Y cómo los pemones sabían algo de los llaneros, que andaban a caballo? Entonces, el programa fue creando una conexión entre todos los venezolanos, porque RCTV era el canal que tenía mayor penetración. Y cuando íbamos a un pueblo, por ejemplo, a un páramo con Bitácora, los campesinos bajaban a recibirnos y a llevarnos zanahoria o coliflor. ¿Por qué? Porque veían el programa.
Mientras yo más recorro Venezuela, más quiero a los venezolanos y siento más pasión por mostrarla. Y estoy cada vez más convencida de que nosotros tenemos que darle a la gente el mismo peso o más peso del que se le da a la pura geografía, porque ¿qué es lo que cuentan los youtubers e influencers que vienen? La manera en que son recibidos, la calidad humana, el afecto, porque quien llega aquí, inmediatamente lo recibes en tu casa y lo invitas a almorzar y lo haces que se quede y eso no pasa en ninguna otra parte del mundo. Y en este momento, es lo que más estoy rescatando en mis viajes, la gente, las historias de la gente.
Estos últimos años han significado un cambio rotundo en la actitud de los venezolanos, porque ante tantas dificultades, la gente empezó a HACER y a construir Venezuela desde ya. Y esas son las historias que yo estoy contando ahora. Y donde más veo ese espíritu de recuperación es en quienes trabajan la tierra. Ahí hay un aprendizaje de verdad profundo, porque quien trabaja la tierra tiene como socio a Dios. ¿Por qué? Porque no lo puedes controlar; ellos están conscientes de que tienen que ser unos aliados de Dios y hacer lo que tienen que hacer. Mis mayores aprendizajes son de verdad con la tierra y pienso que Venezuela desde donde va a surgir es desde ahí, porque nosotros tenemos una tierra espléndida y generosa y es donde está su tesoro.
Yo agradezco a cada minuto de mi vida tener esas experiencias y oír a la gente, y andar recorriendo el país, y tengo, no sé, 30 años convencida de que la mayor fortaleza que tú puedes tener es el sentido de arraigo, o sea, de pertenencia. Y saber que hay que promover ese sentido ha marcado todo mi trabajo; lo que cambié es la manera de estimular en la gente: si antes era el paisaje, la geografía, ahora es la venezolanidad. Sembrar esa semillita, la conciencia de la identidad, del amor por la gente que hace el país. Porque cuando tú lo tienes, ¡bestia!, te conviertes en una persona totalmente indetenible, porque ahí hay una convicción muy poderosa que te conduce.