En mi familia, yo soy la primera hembra que nace en donde solo había varones. Mi abuelo, un gran hombre en la historia de Venezuela, viendo que eran sólo varones, los hijos, los nietos, decía: ¿y la niña?, ¿cuándo va a nacer la niña? Hasta que aparecí yo. Era la primogénita como mujer. Haber sido deseada como mujer determina mucho en mí, sistémicamente, en mi subconsciente. Fue algo importante, que me marcó.
De pequeña siempre leía mucho, cosa que mi padre alimentó en mí. Desde los diez, once años, ya hacía lecturas complejas, como la vida novelada de Gandhi, por ejemplo. Pero siempre tenía la inquietud de buscar sobre la historia de la mujer, más allá de la relatada en los libros, porque esa no me satisfacía. Era algo de mi intuición, de mi olfato. Cuando descubrí la historia de María Magdalena, esa otra historia no contada de la mujer, cambió mi vida. Ahí comencé a indagar más y a cuestionar muchas cosas.
Después, vino la parte del conocimiento, la neurociencia. Soy seguidora de Néstor Braidot, uno de los grandes en neurociencias, estudioso del cerebro femenino. Él explica cómo hay seres humanos que ya vienen «cableados», por decirlo de alguna manera, con un talento, visión, y preponderancia en su búsqueda personal. Desde allí, creo que, en consonancia con lo divino, yo vine cableada para esto. Dios me creó para hablarle a la mujer y al hombre, desde el ser mujer. Para decirle al hombre: Yo te valoro, respeto; te necesito, y si nos complementamos, si estamos juntos aquí y ahora, entonces, eso será para mí la verdadera inclusión.
Es importante incluir al hombre porque hemos llegado al momento donde nosotras las mujeres, y aclaro, no soy feminista, tenemos el camino para obtener nuestro justo lugar en el planeta, en la humanidad y divinidad. En el planeta, como parte de un sistema donde tenemos la responsabilidad de cuidar y salvaguardar la vida en sí. En la humanidad, porque tenemos una parte de liderazgo muy fuerte en la historia que no ha sido contada, y yo me dedico a contarla, a hablar de lo tergiversado, silenciado; lo que está siendo reinterpretado. Y, por supuesto, en la divinidad, que hasta que no sea compartida, donde lo femenino y lo masculino se complementen, ningún feminismo ni derechos humanos va a estar realmente bien asentado.
Yo me formé como psicoterapeuta, en Breathwork, respiración consciente, meditaciones dinámicas, constelaciones familiares, retiros en la naturaleza. Me he ido nutriendo de todo ese conocimiento. Luego, me formé con ONU Mujeres y, desde hace tres años, soy parte de una certificación internacional de paridad de género hacia la economía del cuidado. Creo que, con el tiempo, la educación se irá reformando, los colegios, las universidades. Es un proceso muy largo que va a tomar muchas generaciones para restablecer ese balance respecto al tema de género.
Hoy por hoy, vemos cómo las empresas se han convertido en una de las instituciones educativas más influyentes, porque forman al adulto, moldean a la sociedad y, por ende, a la familia. Y ese es el propósito de mi programa Mujer Wow, ayudar a las empresas a generar un mindset, una manera de conducirse en la vida de las personas, para que estas lo repliquen en sus casas, luego conecten con otras familias, y así se vaya estableciendo, a lo largo del tiempo, una nueva cultura donde desaparezcan las rivalidades entre el hombre y la mujer. Donde honrar al hombre sea dar a la mujer igualdad de oportunidades, reconociendo que la mujer es capaz también, pero no en detrimento del hombre; y donde el hombre exprese su virilidad, pero sin abusar de la mujer.
Desde ahí comienza el balance, donde cada uno se ajuste a su lugar y el hombre pueda decir: La mujer no es un enemigo, no está aquí para destruirme, ni para vengarse. Tenemos las mismas capacidades, inteligencia, talentos, todo; solo que los manejamos distinto, no somos iguales. Ahí está la riqueza; la unión hace la fuerza. Así es como logramos ese valor de nosotras mismas: valorando al otro, valorando lo que nos ha costado tanto perdonar.
Detrás de cada gran mujer hay un gran hombre. Los hombres de mi vida son seres grandes detrás de mí, son los que me apoyan y me levantan en los momentos difíciles. De mi papá, siempre recuerdo cuando me enseñó a montar a caballo, me decía: «¡Móntate en ese animal, cerrero, difícil! ¡Vámonos! Y si te caes, te vuelves a montar. Yo no te voy a dejar en el suelo». Aunque él falleció hace tres años, sé que siempre está conmigo. Cada vez que siento que algo me supera, escucho su voz que me anima.
De mi abuelo, recuerdo que decía: «Quien no sabe sonreír y solucionar en lo simple, no está capacitado para sonreír y solucionar ante lo complejo». No se me olvidó nunca que esa combinación es importante para todo. Así que, cuando yo hablo de algo tan complejo en mis talleres como es la otra historia de la mujer, la inclusión de los hombres, el dolor de la mujer, el dolor de los hombres, siempre lo hago desde lo sencillo, mezclando algo gracioso, simpático, una poesía, algo lindo, colores, música, lo sensual, una imagen divina. Utilizo otro lenguaje, diferente al académico. Así es como yo junto lo simple y lo complejo