Cuando era chiquita admiraba a las maestras porque eran bonitas, profesionales y muy femeninas. Yo siempre ayudaba a mis compañeritos y cuando alguien estaba un poco atrasado, iba a enseñarle, porque a mí me gustaba escribir en la pizarra, que en aquel tiempo era con tiza. Estudié en el Divino Maestro del 23 de Enero. Soy de la última promoción de normalistas. Soy maestra de vocación.
Me gradué a los 17 años y no podía ejercer porque era menor de edad, entonces comencé haciendo algunas suplencias con las que fui entrando al mundo de la educación. Al empezar formalmente, no duré mucho tiempo en aula porque pasé a ser coordinadora. Luego ingresé en la universidad y me gradué de Licenciada en Educación; me sentía como pez en el agua, porque como venía de una formación previa, estaba donde me gustaba.
Llevé mis papeles a una escuela de Fe y Alegría en el kilómetro siete del Junquito y la hermanita que me recibió me llamó al día siguiente diciendo, «quiero que trabajes con nosotros». Pero justo en ese año me diagnosticaron pólipos y estaba perdiendo la voz, así que no pude trabajar en aula. Resulta que en ese momento se estaban comenzando a usar las computadoras y como ya en mi casa teníamos, yo ya las estaba manejando, entonces la hermana compró una para la escuela y la única que la sabía usar era yo, así que comencé con eso. Al fin me operaron y estuve seis meses de reposo con terapia, porque había perdido la voz
Durante ese reposo salieron unas becas de la Universidad Católica, y la hermana me propuso hacer un posgrado apoyado por la congregación. Así que hice la maestría en Gerencia y comencé a trabajar, no en aula, sino como coordinadora pedagógica. Me gustaba acompañar a los maestros y liderizar todos esos procesos. Luego hice un curso con la Escuela Eugenio Mendoza Goiticoa, que era toda una novedad educativa y vi lo que yo quería: una forma de hacer cosas nuevas. Yo creo que la educación tiene que hacer a la gente feliz. Entonces, comenzamos a transformar esa escuela de El Junquito. Luego, cuando las hermanas deciden dejar el colegio, porque se hicieron mayores, me dicen, «tú vas a ser la directora», y eso me dio un poquito de miedo, porque no es igual estar de coordinadora que ser la directora. Eso fue todo un reto. Con los maestros hacíamos cosas maravillosas, al igual que con los representantes; fui creando una manera distinta de gerenciar la escuela. Un día me llamó el Director General de Fe y Alegría, el padre Jesús Orbegoso, para decirme que yo iba a ser la Directora Regional en la Gran Caracas, con cincuenta colegios en ese momento. No tuve miedo, sino sensación de desprendimiento, porque me gustaba mi escuela y fue una de mis mejores etapas. Ahí aprendí mucho a comprender, empatizar con la gente, con los estudiantes.
Luego me nombraron Directora Nacional del Programa Escuela, el programa más grande que tiene Fe y Alegría. Ahí sí tuve un poco de miedo, pero como ya conocía un poquito al equipo de directores, me apoyé con ellos, entonces acepté y pasé a manejar ciento ochenta colegios, en diecinueve estados. Para mí esto nunca ha representado una carga, por el contrario, es el espacio donde he ido aprendiendo y donde disfruto, y sé que siempre hay algo bueno.
Cuando te gusta lo que haces, te levantas pensando que puedes y consigues la solución a los problemas, por complejos que sean. Tenemos que actuar como si todo dependiera de ti, aunque en realidad depende de Dios, saber eso es fundamental para mí. Ahora, por ejemplo, hay que orientar y enrumbar el nuevo año escolar, con nuevas metas, con música, con alegría, con el país que tengamos, porque esos niños tienen derecho a una educación y un colegio que realmente les haga felices por sobre todas las cosas, y en eso estamos. Si algo ha cultivado en mí Fe y Alegría, es la espiritualidad, saber que hay algo supremo que me acompaña, que hay un Dios amigo con el que dialogo y que me dice, «mañana va a ser mejor».
Cuando las cosas se ponen difíciles y sientes miedo, o desolación, esos son momentos de oración, de espera, de volver a mirar lo que estás haciendo. Eso me ha dado la claridad para poder ayudar a otros. Por pequeño que sea lo que hagas por una persona, tendrá efectos y, tal vez, lo único que dijiste fue «tú vales la pena, tú estás aquí», después ese alguien te dice «gracias por tus palabras» y simplemente fuiste luz en la vida de una persona en un momento crucial, como dice el evangelio, fuiste luz y sal para alguien y lo ayudaste. Y en educación, tú eres luz y sal. Yo también me conseguí con gente que me fue llevando a ser parte de un movimiento. Dios me fue llevando a cumplir una misión y a serle útil en la construcción de su Reino, que yo llamo el Reino del siglo XXI, que, por cierto, es un poquito complicado. Así que, sin dudas, mi misión ha sido ser maestra.