Creo que la única manera de poder seguir aquí es hacer lo que siempre he hecho: asistir. Siempre busqué ese momento en el que pudiera conectarme con estar por la vida de alguien más. Esto lo respiré y comí desde muy pequeña. Mi abuelo fue empleado público y mis padres fueron personas muy dadas a ayudar. El trabajo comunitario ha estado siempre presente en mi vida y mi afán por la nutrición se conecta con eso, ya que es dar sustento.
Para mí la construcción de la memoria es importantísima, porque genera la garantía de no repetir. Pero ¿cómo hacer para no repetir si realmente no entiendes la herida, el dolor? Hay algo en mí que se dispara intensamente ante el dolor del otro, que no solo es la privación del hambre física, sino la privación de la mirada, de la voz, de la libertad.
Por ejemplo, mi situación familiar con la enfermedad de mis hermanas y mi mamá fue un momento de quiebre que me enseñó que pedir ayuda de las personas que te quieren es fundamental. Hay cosas por las que tenemos que pasar que no podemos esquivar. Mi mamá comenzó su proceso de demencia al momento que muere su segunda hija, pero antes de eso se mostró siempre estoica, serena. A mí eso me dio mucha fortaleza. También, ya avanzada su enfermedad, reconstruir todos los referentes por los cuáles la quería y la respetaba me permitió resignificarla. Tuve el placer de conocerla cantando, jugando, aplaudiendo… cosas que ella no se hubiera permitido en sano juicio. Fue la explosión de amor más grande en mi vida donde pude apreciar la belleza de la simplicidad.
Llevo de mamá un collar de perlas, el cual uso en situaciones solemnes e íntimas de mi vida, el collar de perlas que papá le regaló a mamá en su primer aniversario de bodas, es un collar de perlas cultivadas en las granjas de perlas de japón, por Mikimoto Kokichi. Es un ícono femenino familiar. Mamá amaba las perlas, resumían para ella la naturaleza de su sentido por la estética y la elegancia. Desde entonces entendí que la elegancia es un atributo, no una ostentación. Este collar tiene en la familia alrededor de 75 años, conmigo 45 años.
Mamá lo usó por mucho tiempo, y cuando mi hermana mayor, Marianela, cumplió quince años se lo regaló a ella y se convirtió entonces en leyenda familiar; luego pasó a mi segunda hermana, Noni, cuando cumplió los quince años, y ella me lo pasó a mí. Es más que un collar, es un hilo familiar en donde se ensartan cuentas de toda nuestra historia femenina, las mías, las de mis hermanas, y de Eleonor, mi mamá. Para mí no es un accesorio, llevar este collar de perlas es como una investidura porque encierra ese acto de conferir. Cuando uno confiere una investidura confiere dignidad, autoridad, poder, simplicidad. Todas esas cosas de las que estamos hechas.
El rigor también me ha ayudado a cultivar mi poder de empatizar con el otro. Cuando uno trabaja en esto tiene que tener herramientas, saber cómo hacerlo, porque si no se pueden cometer muchos errores. Es muy común no saber cerrar la puerta, no entender cuándo frenar. Hay que saber retirarse y, sobre todo, saber cuándo hacerlo. Son muchas las veces en las que no he podido, pero escuchar un “guau, gracias por venir” de quienes sabían lo difícil que era estar ahí para ayudarles es invaluable. Uno en el fondo sabe que si bien estás ayudando a salvar a otro, en realidad lo estás haciendo para salvarte a ti mismo.