Solveig Hoogesteijn

"El arte salva "

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Protagonista es una persona que nace en un entorno, una época y una circunstancia determinada, que tiene una motivación interior. El protagonista decide su biografía. Yo soy hija de inmigrantes, madre alemana y padre holandés; llegué a la tierna edad de un año, así que mi entorno natural es el trópico, es Venezuela, el Caribe, con todo lo que tiene de alegría y espontaneidad. Vivo en dos idiomas, el de casa, alemán y holandés, y el de afuera, el castellano. Veo los contrastes entre la música clásica, la ópera o la música pop de aquella época, que oye la familia, y la guaracha, el cha cha cha o la Billo’s, que está en la calle.

Entonces tengo esa situación privilegiada de alimentarme de dos culturas muy distintas, a veces antagónicas. Eso no solo es un privilegio, también trae conflictos a muy temprana edad, te obliga a desarrollar vías para integrarte, buscar defensas, otras alternativas. Y lo curioso es que cuando a los veintiuno me voy a Alemania a estudiar en una academia de arte, descubro que allá también soy una extranjera. Soy una mezcla. Pero eso que en la infancia y en la adolescencia era un conflicto doloroso, descubres que guarda el enorme valor que te da tener una visión, que a veces es contradictoria, equivocada, pero sin dudas, más amplia sobre las experiencias, el tiempo y todo el universo del cual tú participas. Entonces, desde muy temprana edad, me siento inclinada hacia el arte. ¿Por qué? No es solo por una necesidad expresiva, sino porque tenía que encontrar mi propia voz.

Desde joven me doy cuenta de que vivo en una sociedad en la que hay diferencias sociales y eso crea efectos en las decisiones de vida. Por esa sociedad que me circunda, yo descubro, por un lado, el arte y por otro lado, el compromiso social, esa sensación de deber con esa clase menos favorecida. Yo crecí con temor de pisar un barrio y tuve que pasar mi época de formación, entre los veintiuno y los treinta y nueve años, para atreverme a, no solo pisar el barrio, sino conocerlo, vivirlo, conquistarlo.

 Por eso mi filmografía hasta la fecha, en realidad está dedicada al tema social. En Macu, la mujer del policía, Maroa, Santera, Manoa, o El mar del tiempo perdido, en todas mis películas, subyace esa preocupación por dar a conocer la historia de ese segmento de nuestra población, y es en los años ’70 cuando Venezuela se abre al cine como medio de expresión, que además sirve como ventana política de una izquierda revolucionaria

 En mi generación, que es la del ’68, hay una gran conciencia de nuestra responsabilidad política, porque crecimos con una praxis democrática que tenía reglas del juego mucho más limpias que las que vemos en la actualidad. No era el poder por su fuerza, era el pueblo convertido en ciudadano. Eso es lo que ahora nos toca reconquistar. En el arte hay  que darle un justo valor a cada ingrediente para construir un discurso que repercuta en el público. Y yo creo que una de las grandes herramientas del cine es conmover, despertar emociones en el otro, para comunicar el ser, el estar y la esencia de un personaje.

En los años noventa, logré crear, junto con Margot Benacerraf, Fundavisual Latina. Hicimos en el ’92 y en el ’94, un festival de cortometrajes latinoamericanos, pero no solo en formato de cine, sino en video. ¿Por qué? Porque los de menos recursos trabajan en video y el video empezaba a ser un soporte igual de importante que el celuloide. Paralelamente, en ese momento yo era la presidenta del ANAC, que es la Asociación Nacional de Autores Cinematográficos. Luego la vida me cruza con dos señoras que me dicen que desean hacer algo por su ciudad, querían abrir dos salas de arte y ensayo, y yo les digo, «magnífico, les voy a hacer una propuesta». Así se crea el Trasnocho Cultural. El Trasnocho, desde el inicio tenía que ser un proyecto autosustentable, porque es con el público que se debía mantener; y ese fue el gran reto.

Actualmente llevo un proyecto que se llama Cine Chamo, aliado a la Universidad Católica Andrés Bello en su programa del servicio comunitario, que es una maravilla. Y en el otro polo, la Escuela Nacional de Cine. En el polo del este cubrimos Petare, y en el oeste, La Vega, Antímano, Caricuao, El Junquito; adolescentes de las escuelas, tanto públicas como privadas, van a estas dos instituciones.

Mientras mi mente funcione y mi cuerpo me lo permita, yo quiero ser productiva, ¡quiero vivir! No quiero convertirme en una espectadora de la vida a través de la televisión o de unas amigas, con las que voy a jugar cartas. En lugar de retirarme y darle paso a los más jóvenes, prefiero trabajar con ellos, juntos; abrirles puertas sin condenarme a mí, no voy a retirarme de la vida antes de morir, el día que muera, muy bien, se acabó la fiesta. Pero mientras esté, continuaré haciendo. A mi edad uno ya está consciente de que la única manera de sobrevivir es, o en la memoria de la gente que te quiso y te apreció, o a través de una obra. Entonces yo creo que cuando uno pasa al otro lado, ya fue tu oportunidad.

Cada quien es su propio protagonista. Con todas las inseguridades que puedas tener en el camino, luego ves que mientras más personal es tu voz, más fuerza ganas, porque hay en ella un valor de verdad divina o una capacidad de expresar algo con certeza. Das en el blanco con la palabra, o con la imagen, o el símbolo, porque es experiencia vivida. El arte ayuda a conseguir la voz. El arte salva, porque es lo más sublime.