Mi vida dio un giro después de que me embaracé de mi hijo Samuel y decidí formar una familia. A los seis meses de gestación me vino un ACV y el bebé resultó afectado. Tuvieron que hacerme una cesárea de emergencia para ponerlo a salvo a él y a mí. Un mes y medio después fue que vi a mi hijo por primera vez. Como pude, logré darle mi bendición, porque yo había perdido la motricidad y el habla. Estuve un largo tiempo en observación, debatiéndome entre la vida y la muerte. Los médicos no tenían esperanzas de que yo sobreviviera.
En 2014, luego de cuatro años, es que dan con el diagnóstico, era un problema de coagulación en la sangre. Todo lo que ocurrió fue parte de un milagro. De hecho, yo misma digo que soy un milagro en 3D. Dentro de mí siempre hubo una fuerza que no me permitió rendirme. Lo más valioso fue sentir el apoyo incondicional de mi familia y amigos. Fue un proceso duro, muchas veces me deprimía y me rebelaba. Me desesperaba ese ‘paso a paso’ de volver a comenzar con todo, caminar, hablar, leer y escribir. Fue como un reseteo de la vida. Eso me hizo bajar la cabeza, ser más humilde. Valorar lo esencial.
Luego, emigré con mi esposo y mi hijo a Taiwán. Aunque vivíamos una vida de lujo, terminé divorciándome y regresando con mi hijo a Venezuela. Sobreviví a un tipo de violencia de género que no es tan visibilizada, la violencia económica y sicológica. Otra vez desde cero, me tocó atravesar mi dolor, no solo físico sino también interno, emocional. Reconocí mi vulnerabilidad, pude abrazarla, y aceptarme. Tuve que hacer el duelo de todo lo que había vivido para poder sanar y ganarme a mí misma.
En mi interés de acompañar a mi hija en su proceso educativo, empecé a contar cuentos en el aula
desde primer nivel hasta sexto grado. Organicé intercambios de libros dentro del colegio, junto a
otras dinámicas. Más adelante, me contacté con una amiga que le gustaba lo mismo que yo.
Conversamos sobre lo que veníamos haciendo y dijimos de crear un espacio para intercambiar libros
entre amantes de la lectura. Así nació Buscadores de Libros.
En medio de eso conozco a Tinta Violeta. Descubrí el mundo de los Derechos Humanos y entendí que podía hacer carrera en eso para servir a los demás. Me formé y me especialicé en materia de Violencia Basada en Género. Hoy en día les brindo apoyo a muchas mujeres y niñas para salir del ciclo de la violencia. Es un proceso arduo, y hasta riesgoso, pero que llevamos con mucha entrega, respeto, contención y una escucha activa hacia cada una, en medio de la turbulencia que puedan estar atravesando.
Me considero una feminista crítica, disruptiva, porque la idea no es invisibilizar al hombre, sino hallar un equilibrio. Nuestra lucha es contra un monstruo de muchas cabezas que se mimetiza en la educación, la religión, la política, la salud. Pero, es también a través de la educación que podemos identificarlo, deconstruirlo, desmantelarlo; y darles herramientas a todas las personas para que puedan defenderse y contrarrestarlo.
Todos tenemos un farolito interno que nos guía, pero a veces ese sistema violento y feminicida con el cual lidiamos puede intentar apagar esa luz. Que nada de afuera la apague. Luchemos por mantenerla encendida y buscar aquello que la alimente. Para mí no hay mayor vitamina que mi hijo me abrace y me diga: Te amo mamá. Y saber que, con el ejemplo, desde casa, él podrá ser parte de una nueva masculinidad, mucho más consciente.