Mariela Ramirez

"Veo el futuro extremadamente demandante pero posible"

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Mi hacer nace de una necesidad de mi ser. Yo soy arquitecta y carpintera, pero me transformé en activista por un profundo amor por este país, porque no me sé otra cosa que venezolana. El movimiento ciudadano Dale Letra surge en 2017, como una forma de protesta no violenta, que intenta darle significado y contenido al reclamo ciudadano. No queríamos seguir siendo objetos, queríamos recuperar el lugar de un sujeto, y ese lugar está fundado en la palabra. El movimiento es una forma de reapropiación del lenguaje por parte de los ciudadanos. Nos movió el afecto que tenemos entre nosotros como amigos, la confianza que nos permitía movernos en construir algo juntos, el profundo cariño y amor que tenemos por este país, y los muchachos protestando en la calle, que se nos hace una imagen inaceptable.

La poesía es muy importante para el movimiento ciudadano Dale Letra, porque es el instrumento del lenguaje que llega más profundo. La palabra de alguna manera es un símbolo, y todo símbolo es un encuentro, un pacto. Apuntamos a la recuperación de ese pacto, de ese encuentro entre los venezolanos que no puede ser construido a través de ningún otro instrumento que no sea la palabra. Nosotros, entre muchos otros que trabajan en esta dirección por el país, hemos logrado que hoy en día ese tejido fragmentado, y roto por tanto tiempo de conflicto, comience a transformarse, y a recuperar lo que nos une más allá de los extremos. Hoy el venezolano lo que quiere es reencontrarse, tiene esa conciencia de que la división lo que ha hecho es llevarnos a la devastación del país. Hemos ido reconstruyendo la posibilidad de imaginarnos de nuevo en un futuro compartido.

Creo que cualquier persona que dialoga consigo acerca de lo que está pasando en este país, lo que ha pasado en la educación, en la salud, con nuestros niños, tiene que moverse en una dirección hacia la reconstrucción del pacto social. La responsabilidad tiene que ser la ética que nos mueve, una ética que nos permita, manteniendo nuestros principios, no ser prisioneros de las convicciones. Hay que atender mucho las circunstancias en términos profundos, hacernos uno con ese otro que sufre por el desencuentro. La conexión con el territorio, con nuestros ancestros. Con ellos también tenemos una obligación. Con nuestros muertos que están enterrados aquí, con el clima, con nuestros cantos, con nuestros bailes. El arte y la cultura pueden dotarnos de ese lenguaje que nos reconecte con lo que nos hermana por haber nacido en este territorio, independientemente de las diferencias que podamos tener. Como decía Pedro Nikken, «la diferencia es un nutriente». El encontrarnos con lo diferente y nutrirnos de eso es lo que nos expande, lo que nos ensancha.

El afecto es lo que me sostiene. El afecto de mi familia, amigos, el que siento y recibo de la gente con la que trabajo. Y también el afecto que yo profeso por este país. Si tengo que definirme como algo sería como una hacedora. Me gusta hacer cosas. Digo que ahora hago arquitectura social porque uso las destrezas y capacidades que la profesión me da. El lenguaje que utilizo y la manera en la que pienso. Desde que tengo uso de razón siempre quise ser arquitecto, es realmente la pasión más grande que tengo en la vida.

No queremos ciudadanos burócratas, queremos ciudadanos comprometidos con transformar una realidad. Cada uno de nosotros porta un signo para la construcción de un lenguaje colectivo. Como en el alfabeto, todos somos necesarios para poder construir el lenguaje de ese futuro común al que aspiramos. Somos necesarios todos los venezolanos, de la A a la Z, no importa la posición política o ideológica. Veo el futuro extremadamente demandante, pero posible.