Siempre tuve la inquietud de ver cómo podía ayudar a las personas a salir de sus situaciones vulnerables. Yo crecí fuera de Venezuela, desde los cinco años, mi papá era diplomático y entonces pasé mi infancia en diferentes países. Veía lo desarrollados que estaban, al contrario de mi país. Cada vez que regresaba a Venezuela, en mis vacaciones de verano, eso me dolía porque no era algo a lo que estaba acostumbrada —ver esa brecha y desigualdad ¡tan grande!. Creo que por eso se me despertó la vena social de querer dar herramientas para el desarrollo de las personas. Para que la gente pudiera superarse.
Mi vocación por la educación vino de esa conciencia social. Y por casualidades de la vida, como educadora, terminé trabajando en un mundo de televisión. En aquel momento el Grupo Cisneros estaba lanzando un canal educativo; cuando lanzaron DirecTV en América Latina. Me tocó realizar una investigación sobre qué contenidos educativos había en la televisión de América Latina, en televisión abierta, como para conocer el mercado e identificar cuáles eran las necesidades. Lo que empezó como un trabajo puntual de consultoría e investigación, se convirtió en más de 25 años de carrera. En este momento me dedico al desarrollo de programas de impacto social y estrategias corporativas, en mi cargo de Vicepresidenta para el Grupo Cisneros. Trabajo con las distintas unidades de negocio en el desarrollo de iniciativas sociales.
Me llena el contacto humano. Mujeres emprendedoras, niñas y adolescentes de zonas populares, ese contacto, es lo que me mueve. Cómo las personas se sienten cuando son escuchadas, y cuando les dices «¡tú puedes más, puedes lograrlo!». Eso tiene un poder enorme.
Aprendí que para conjugar el mundo del negocio y lo social, con los programas educativos, tenía que ganarme a los ejecutivos que estaban en el área de negocios, porque debía lograr convencerlos de que mi propuesta era algo bueno, no solamente para lo social, sino también para el negocio. Siempre fui muy tímida, sin embargo, con este trabajo descubrí mis habilidades de convencimiento y consenso.
Conciliar en todos los aspectos de mi vida, ya es algo hasta chistoso en los grupos de trabajo o proyectos personales; cuando hay algún problema, con un cliente o aliado, me dicen «María Ignacia, tú eres la que sabes…». Me he dado cuenta de que hasta en mi casa tengo ese rol de conciliadora, ha sido bonito descubrir esa capacidad porque es algo innato. Siempre desde la empatía y la educación, es clave. Así como el arte de dar herramientas para el desarrollo y la igualdad de género. Se trata de llevar eso que es parte de un compromiso social, el ADN de la familia, con las oportunidades que veo.
Más allá de lo que hago trabajo mucho en lo que me ancla y me recuerda quién soy. Mi familia son quiénes me recuerdan lo que es importante para mí y me hace feliz. Con la edad, después de criar a las niñas y cuando todo era trabajo y más trabajo, ahora estoy en una etapa donde me permito darme mis espacios, algo tan simple como dedicarme una hora, la cual es sagrada, todos los días, para mi bienestar físico, emocional y mental. Es el mayor regalo para mí.
Tengo fe en la bondad. Me rodeo de gente que cree en lo que yo creo; que podemos cambiar la vida de las personas.
Para que uno se sienta completo tiene que trabajar en sí mismo teniendo presente a los demás. Ayudar a que todo el mundo identifique su propia huella y pueda también dejarla sembrada en el mundo. Creo que todos podemos hacer algo por un propósito. Y cada acto que tú hagas va a dejar una huella en los demás.