Desde muy pequeña sentí la vena emprendedora, nací con ese impulso. De chiquita agarraba los juguetes de las piñatas y los vendía en una bodeguita que montaba en el patio de mi casa en Acarigua. Siempre he sido súper intensa con lo que hago. Para mí el sentimiento de emprender algo es muy particular porque se conecta mucho con el propósito. Creo que todas las personas tenemos un propósito en la vida. Hay gente que lo descubre temprano, gente que lo descubre más tarde y gente que no lo descubre. Pero cuando lo haces, y lo conectas desde el emprendimiento, automáticamente ocurre una explosión mágica en donde te llenas de emoción profunda y comienzas a vivir en función de eso.
Primero comencé con Melao, una tienda donde diseñábamos todo en función de la mujer venezolana que veíamos. Una mujer muy latina, colorida, pero que quería vestirse elegante. Ahí fue cuando supe que lo que en verdad me apasionaba era escuchar las historias de otras mujeres que iban a la tienda a sentirse bien y subir su autoestima. Entendí que lo que me hacía feliz era regalarle una sonrisa y devolverle la seguridad a la mujer de a pie. La que se montaba en el metro, caminaba por la Francisco de Miranda o tenía que ponerse los zapatos de goma para llegar a su casa.
Cuando me di cuenta de que la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta, se prendió la primera gran alerta de mi vida. Me desconecté por completo de la forma en la que yo estaba ayudando a mis clientas. En ese momento me dije: yo no estoy bien, tengo dos opciones: cierro Melao, o cambio el concepto por completo y me enfoco en educar sobre esto. Pero educar al cliente es lo más complicado y costoso que hay en términos de dinero y tiempo. Cambié y no funcionó. La mujer Melao se resistió porque el cambio también significaba costos de producción más altos. Luego quedé embarazada y mis prioridades cambiaron.
Fuera de mi trabajo, mi familia es lo que más me llena de energía. Siempre quise ser mamá, cuando tenía como un año y medio, mis padres me encontraron jugando a que una almohadita era una cuna y la lima era el bebé. También di clases en preescolar durante el bachillerato y siempre he estado conectada con los niños. Creo que el tiempo de calidad en familia es importantísimo, por eso cuando llego a la casa procuro estar al 100% con mis hijos.
Creo que hay que vivir con conciencia, exteriorizando lo que sentimos pero sin quedarnos pegados. Eso, por ejemplo, ha sido clave en mi relación de pareja. Nunca me tomo nada personal, se requiere mucha madurez, trabajo y compromiso mutuo para llegar ahí. Sin acuerdos no hay nada, al final es lo que te permite satisfacer expectativas entre humanos.
Parte de esto me ha permitido equilibrar mi vida laboral y personal junto a mi esposo. En un momento nos preguntamos cómo generar una movilidad privada en la ciudades que fuera colectiva. Él tiene más de 12 años trabajando en ciudades inteligentes en toda Latinoamérica y tenía esta idea desde 2017. Era algo que no se ha hecho casi en ninguna parte del mundo. Ahí es cuando nace La Wawa.
El proyecto resultó una creación en conjunto. Él es un completo visionario, muy orientado a la data y al resultado. Por otro lado, yo soy mucho más creativa y veo que todo es posible, se me ocurren mínimo 10 o 20 ideas nuevas diarias. Entonces hacemos una buena combinación pero también podemos chocar.
Creo mucho en delegar y en la importancia de saber armar un buen equipo. Me gusta saber que las cosas se están ejecutando pero que no las tengo que hacer yo necesariamente. Es parte de nuestra cultura creer que lo tenemos que hacer todo nosotras, pero la realidad es que no es así. Yo creo que el trabajo es un proceso, y tener un equipo en el que confías te da tranquilidad. Aunque me cuesta controlar mis expectativas y entender que no todo el mundo va a mi velocidad, comprendo que cada quien tiene su ritmo. Al final, poder crear y materializar las cosas que veo en mi imaginación me genera libertad.
Me encanta entender todos los niveles de la organización, para mí es muy importante. Al hacer eso pude detectar que la mayoría de nuestros usuarios eran mujeres que preferían montarse en La Wawa por un tema de seguridad, que indirectamente también impactaba en su autoestima. Y ahí me dije: ¡No lo puedo creer! Estoy conectada nuevamente con mi propósito de generar esa sensación de seguridad y confort.
En ese momento tuve la certeza de que realmente el propósito no está atado a una cosa en particular, sino que es el destino al que quieras llegar. El promedio de éxito del emprendedor está por encima de los 40 años. Tienes que fracasar muchas veces, pero siempre el propósito se mantiene. Esa es la esencia.