El nacimiento de mi hija mayor ratificó mi misión de vida. Quedé embarazada cuando tenía 25 años de edad. Quería una experiencia de parto totalmente natural. Hablo de 30 años atrás cuando comenzó mi peregrinaje por las clínicas del país y en ninguna aceptaban mi planteamiento. No solamente no lo aceptaban, sino que, además, había una descalificación implícita porque decían que yo iba a parir como una indígena. En mi familia hay un linaje «paridor» muy bueno y yo le estaba siendo fiel a ese instinto de familia. Fui fiel a lo que sentía y seguí buscando ese espacio.
Terminé teniendo lo que yo siempre denominé «parto clandestino». Ese es el nombre que le puse en aquél entonces. Parí en un salón dentro de una pequeña clínica en Caracas. Solo quería ser atendida por las médicas de allí, mujeres; ellas resguardaron mi voluntad. Después de que parí a mi hija y la tuve delante de mí, en ese salón, mi pregunta del alma fue: ¿por qué no puede existir un sitio donde la mujer pueda parir como ella quiera, y con un equipo médico que la acompañe? Parí a las 03:00 de la tarde y a las 07:00 de la noche ya estaba en mi casa.
Mi sensación en ese momento fue que el parto es de la mujer y el equipo médico solo debería prestarle un servicio. Justo en ese parto de mi hija quedé embarazada de lo que iba a ser más tarde Aquamater. Cinco años después comencé a formarme como psicóloga, lo que hoy en día se denomina psicología perinatal. Todos los posgrados y estudios que hice en esos cinco años apuntaban a la psicología de la mujer; qué pasa en la mujer en el momento del parto, posparto y luego en el universo. En ese período de formación nace mi hijo. Había decidido, conscientemente, parir en mi casa; Aquamater aún no existía. Entonces me dije: voy a parir de manera autónoma, en mi casa, con mi equipo médico, totalmente natural, parto en agua. Nace mi hijo y nace Aquamater como institución.
Soy psicóloga y doula. Las doulas somos las que hacemos el acompañamiento psicoemocional y espiritual a la mujer gestante, la que pare, y también durante su proceso del posparto. Hay que tener mucha convicción, determinación y perseverancia para mantener una institución, después de 25 años, tan transgresora del orden, del ‘status quo’ social dentro de la gineco-obstetricia; además, en nuestro bello, amado y convulsivo país.
¿Cuán fiel eres a ti misma? Es una pregunta que nos tenemos que hacer constantemente. Llevo un anillo que simboliza la renovación de los votos conmigo misma. Renuevo los votos de la mujer que fui a la mujer que voy a ser en la menopausia. Desde esa fidelidad conmigo comprendo qué me hace bien a mí. Creo que las mujeres tenemos que aprender a mimarnos. Una mujer no mimada por sí misma, difícilmente puede mimar a otros, va más allá del materialismo. Mimarme es darme lo más esencial, lo que mi alma necesita para sentirse nutrida, vital. Estamos muy acostumbrados a la hostilidad y creo que hay que resetear esos paradigmas.
Soy una gran senderista, me encanta la montaña. Hice muchos caminos y rituales originarios, de ahí mi collar de peonía, lo llevo conmigo cuando tengo que transitar un portal de grandes retos, es un recordatorio de todo lo que he logrado superar.
El empoderamiento femenino pasa por yo ser mi propia autoridad personal. El poder que tenemos es el poder creador, no un poder controlador. Yo me definí hace tiempo como ecofeminista, maternalista. Soy de la corriente de la ecología. Y creo que la maternidad es un poder maravilloso, desde esa concepción hay una mirada ecológica. Cada bebé merece ser bienvenido y que se le trate con delicadeza, y no se le separe del regazo de su mamá y que su papá esté allí viendo el poder de su mujer y dejándose también transformar. Somos complementarios, mujer y hombre, yo lo veo en cada nacimiento. Tengo la dicha de tener una hija y un hijo. Es maravilloso ver mi feminidad con lo femenino y mi feminidad con lo masculino.
Honro y valoro profundamente la masculinidad en esta vida. Para mí, papá fue mi fuente de inspiración primaria desde niña; por supuesto con toda la presencia de mi madre. Mi padre fue como un gran sol, murió hace tres años, llevo conmigo sus cenizas, lo que parece arena en este collar son sus cenizas. Él está siempre en mi corazón.