Cuando estudiaba derecho, comencé trabajando con una abogada prestigiosa, de carácter muy fuerte, la doctora Clarisa Sanoja. Jueza en un tribunal de familia y de niños, de las primeras mujeres que trabajó en la clandestinidad durante la dictadura de Pérez Jiménez. Fue torturada, puesta presa, incluso fue un personaje en una novela de Cabrujas. La verdad es que fue para mí un ejemplo increíble. Empecé viendo cómo ella se esmeraba por atender a las mujeres y a los niños. Allí fue donde me sensibilicé por el tema de la familia, mujeres y niños.
Me gradué de abogado a los 21 años. Trabajé en unas oficinas de asistencia jurídica ayudando a las mujeres de los barrios de Catia, ahí empecé a trabajar con esa materia. Después me pasaron al Instituto Nacional del Menor y fui ascendiendo. Me di cuenta de que las mujeres son las más desfavorecidas porque son maltratadas, hay discriminación; y con el patriarcado se nace en las venas; es una cultura.
Me jubilé del Poder Judicial en el año 2001 y me fui a ejercicio privado —donde estoy ahorita—, un escritorio que se llama Rojas y Parra, y empecé a trabajar en fundaciones ad honorem. Fui presidenta en Soroptimist El Hatillo, una organización que trabaja con las mujeres de las clases menos favorecidas, con la finalidad de que aprendan a manejar un emprendimiento y adquieran cierta independencia económica. Bueno, después dejé Soroptimist y me fui a Voces Vitales, es donde estoy en este momento. Fui presidenta por cuatro años, ahora estoy en la directiva. Voces Vitales es una organización que fundó Hillary Clinton, en Estados Unidos, y nosotras somos una filial que trabajamos por el liderazgo, empoderamiento femenino y el emprendimiento.
Empoderar a una mujer es poder capacitarla y ayudarla a levantar su autoestima; que aprenda que ella tiene valor por sí misma, y puede defenderse en la vida, salir adelante, tomar decisiones. Cuando las mujeres tienen autonomía económica el ciclo de la violencia disminuye, no se dejan maltratar, golpear y dejan de tener miedo a la amenaza del marido «¡si me dejas, te voy a quitar a los niños!», pasa mucho en los sectores populares. Las mujeres tienen que tratar de encontrar su propia voz, luchar por sí mismas, tener sueños. Uno nunca puede dejar de tener sueños. Pensar que es posible salir adelante, estudiar, prepararse. Hay que buscar mejorar la condición de vida y dedicarse tiempo.
Pienso que desde el preescolar hay que enseñar que no existen esas diferencias de género de «las niñitas para acá, los varones para acá; tú haces esto, tú haces lo otro». Hay que respetarse, es verdad, a las mujeres ni con el pétalo de una rosa, pero a los hombres tampoco. Todavía en algunos colegios hay mucho bullying, y con las mujeres machismo, aunque estamos mejorando. Sí creo que estamos avanzando. La gente dice «tú no vas a cambiar el mundo tú sola». Yo les digo «bueno, yo sola no, pero una gotita yo, otra gotita tú, una entre todos… hacemos como en el cuento del pajarito que apagó el incendio».
Mi mamá fue mi ejemplo, papá era fuerte y, a veces, la maltrataba verbalmente, era un hombre andino anticuado. Aún así ella fue periodista, la primera mujer locutora que tuvo el Táchira, le gustaba pintar, escribir poesía. Mamá me decía «Catira, ¡sonríe! Una sonrisa te va a abrir puertas toda la vida, trata a la gente con amabilidad». Ella era la mujer más noble del mundo. «Sonríe». Nunca lo he olvidado. No somos perfectos, yo también tengo mis momentos, me puedo poner malhumorada, eso es normal de los seres humanos, pero en general hay que tratar de sonreír.
Quiero que recuerden a Maria Cristina como una mujer que quiso el bienestar para los demás y buscó dejar una huella, enseñando. Quiero que mis nietas me recuerden como una abuela cariñosa —que les enseñó que hay que tratar bien a los demás. Que fue una persona justa, no perfecta, porque no soy perfecta, pero por lo menos justa, y trató de que se hiciera justicia. Voy a trabajar y ayudar a la gente hasta que yo pueda. No permito que me roben mis sueños. Siempre sueño con un mundo mejor.