Desde chiquita he sido muy pro-ayudar, muy giver. He aprendido que también hay momentos para recibir y que todo debe tener su justa medida, pero hay un aspecto de mi vida en el que no me importa entregar absolutamente todo.
Ayudar a otros fue un patrón que vi en mi familia. Mis abuelos huyeron de la guerra civil española en momentos distintos. Mi abuelo ayudó a traer a mucha gente de la familia en barcos escondidos o como pudo y logró salvar a una gran parte, otros lamentablemente fallecieron en la guerra. Él me decía que no debía dejar de ayudar al prójimo. Su ejemplo quedó impregnado en mí y desde niña quise ayudar… a la señora que necesitaba cruzar la calle, al niño que no tenía lo mismo que yo, o a la mujer que estaba pasando algún momento difícil.
Cuando me gradué del colegio me escogieron para dar el discurso de graduación. Yo no entendía por qué, porque me consideraba la más tímida sobre la faz de la tierra. Mis compañeras me dijeron que era porque era la única que realmente apoyaba a todas y daba sin medida. Mi vocación por entregar fue progresivamente aumentando y mutando.
Si hago una retrospectiva todo el tiempo he estado ayudando a alguien de alguna u otra forma, en situaciones más o menos complejas. Estuve muchos años en una firma, ahí asesoraba empresas y líderes con su reputación; si bien ayudaba a través de ellos, quería entender cuál era mi propósito mayor, pensaba en cómo convertir mi trabajo en algo donde no prevaleciera una transacción. Me preguntaba y le preguntaba a los clientes, ¿qué impacto estás dejando?, ¿cuál es tu huella? Después de un largo camino y con esas ideas en mente, me independicé y decidí formar una agencia con el propósito de ayudar a otros a trascender.
En 2016 y 2018, dos años difíciles por la escasez en Venezuela, me estrené como madre. La maternidad me cambió para bien y entendí que no debía estar trabajando las 24 horas como lo hacía antes. Más tarde, junto a la pandemia, entendí que no quería perderme etapas de mis hijos, por lo que decidí buscar algo que me permitiera estar más presente. Entonces perseguí mi meta de ser conferencista, y al lograrlo pensé, «es mi momento». Así planifiqué mis próximas metas. Si algo tengo es que soy súper determinada y no abandono mis sueños. Me motiva impactar y cambiar cosas. Por ejemplo, decidí lanzar un podcast para democratizar los conocimientos que he obtenido a lo largo de mi experiencia.
Mi agencia comenzó, como yo digo, una «comuna hippie» junto a varias mujeres; pensé que podía ayudar a otras en circunstancias similares a las que yo experimentaba, como el reto de equilibrar la maternidad con una carrera profesional o situaciones parecidas, porque cada quien tiene sus propios retos. Cuando quieres ayudar te das cuenta de que no todo el mundo sabe cuál es el problema que tiene. De hecho, a mí por mucho tiempo me costó verlo. Cuando pedí asesoría para el proceso de formalización de mi empresa, la mujer que me ayudó, y a quien admiro mucho, me hizo preguntas que me guiaron a ver mis patrones, el de ayudar y el de ser súper conservadora con el dinero, algo que se generó durante el divorcio de mis padres donde tuve que administrar mi casa siendo muy joven. Entender esto me ayudó en el proceso de esta nueva empresa.
Parte de mi trabajo también es entender a otros. Tengo clientes que me dicen que yo parezco leerles la mente. Son muchos años acompañando a empresarios a hacer las cosas mejor en todo lo que tiene que ver con su reputación. Al final uno va teniendo ese olfato y yo literalmente de ver la cara de alguien puedo saber si esa persona está pasando por un problema, si hay algo que quiere contar, si está retraída… He construido esa habilidad con el tiempo y ahora puedo reconocer cuando me piden ayuda de forma genuina. Cada situación es distinta, si es algo en donde yo no tengo las herramientas para ayudar intento orientar y coordinar con quien sí pueda.
Invitaría a todas a atreverse y pasar de la idea a la acción, que es donde muchas veces nos frenamos por miedo a fallar. Como sociedad tenemos que darnos el derecho a equivocarnos y entender que la frustración es parte de la vida. Todos hemos tenido alguna vez que volver hacia atrás y aprender, pero eso no debe impedirnos intentarlo de nuevo. Es así como lograrás trascender y dejar una huella positiva con lo que haces.
Cuando decaigo o atravieso situaciones retadoras —porque la vida no es infinitas risas— pienso, si mi abuelo pudo sobrevivir a una guerra, que debe ser de las cosas más atroces que existen, si mi mamá pudo ser resiliente en momentos difíciles de su vida y aún así estar para mi, yo también puedo hacerlo, puedo lograr mis metas, sobreponerme a obstáculos e inspirar a otras a hacer lo mismo.