Estudié Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela e inicié mi camino profesional hace diez años, pero fue entre los años 2020 y 2021 que comencé formalmente el trabajo por la defensa de los derechos humanos en País Plural, una ONG. Sin embargo, el momento en el que realmente me di cuenta de que esto era lo que me llamaba fue durante el diplomado en Prisma, donde luego de conocer a los beneficiarios y escuchar las muestras de agradecimiento, dije: Este es mi propósito, me gusta lo que hago.
Ha sido un proceso muy nutritivo para mí llegar a otras personas desde el respeto, la dignidad humana y conseguir esos puntos de encuentro en temas que suelen ser difíciles de hablar o tratar. Sentarme con quien no piensa igual que yo me ha permitido construir ese puente y generar una reflexión en otra persona que desconoce del tema. Me ha permitido establecer puntos en común y conquistar aliados. Es importante que seamos más personas, más allá del colectivo LGBTQ, que hablemos de la discriminación que aún existe.
El camino de encontrar mi propia voz no ha sido para nada fácil, sobre todo siendo mujer bisexual en una sociedad que tiene una visión muy heteronormada. Hay más desafíos y me toca gritar más duro para que me escuchen. Tengo un tatuaje que dice: «Y esto también pasará», que simboliza el poder de la impermanencia, nada es eterno, ni los momentos felices, ni los tristes. Saber que todo pasa me ayuda a enfrentar las dificultades.
Mi poder lo he encontrado reconociendo el valor que tengo dentro de las cosas que hago, tanto en lo personal como en lo laboral. Reconocer que en efecto el trabajo rinde frutos y está en constante evolución. También reafirmar que sigo siendo la misma persona, teniendo las mismas actitudes, valores y capacidades que me hicieron llegar hasta donde estoy. Mi orientación no tiene absolutamente nada que ver con eso, ni cambia en absoluto la persona que soy.
Si estoy saturada, me sirve caminar por el parque en la mañana. Entonces, las respuestas llegan cuando menos las espero. Por ejemplo, si necesito un título o una frase, de repente ¡paf! aparece y, claro, la anoto rápido, antes de que se me vaya. Yo estaba produciendo unos programas de radio, unos micros, y no tenía título y en la radio me decían «bueno, ¿y cómo se va a llamar?». Y de repente un día se me alumbró, me llegó… «No es cuento, es historia», ¡pana! era la síntesis de lo que yo quería hacer. Esa frase quería decir, miren, yo aquí no estoy inventando, yo aquí no estoy hablando tonterías, esto es historia. Y bueno, ese fue el nombre del micro y ya tengo dos libros que se llaman así. Entonces esos hallazgos ocurren porque estás trabajando, pueden llegar en el descanso, pero estás trabajando, el coco está activo.
Siento que hoy en día no nos tomamos el tiempo para escuchar o entender de dónde viene el dolor del otro. A veces es muy atrevida la ignorancia de quien no vive la discriminación y conserva intactos sus privilegios. Tampoco se puede ver desde un lugar de superioridad de, bueno, yo te voy a ayudar a ti, sino que es conocer otras realidades. Creo mucho en la construcción del espacio seguro a través de la escucha activa. El espacio seguro lo hacemos entre todos. Es la capacidad que todos tenemos de escucharnos, respetarnos, entender al otro y a sus vivencias.
Para mí el amor es el motor. No necesariamente tiene que ser visto como el amor romántico, sino el amor que le pones a las cosas que haces. El simple gesto de un buenos días para con tus amigos, para las personas que trabajan contigo. Es el motor de poder escucharnos, entendernos y comprendernos entre todos. Como defensora de los derechos humanos, me mueve el amor de poder recuperar cada una de esas cosas que están siendo violentadas.