Mi camino al voluntariado fue un trayecto sui generis, algo peculiar que se fue dando solo. De profesión, soy ingeniera, pero desde pequeña hacía voluntariado junto a mi mamá, en mi parroquia Catia, sin entender aún que eso se llamaba voluntariado.
Reconocí que trabajar por la sociedad era lo que me hacía feliz y decidí que quiero acompañar a otros a transitar el trayecto de reconocer su felicidad. Como me decía mi papá: «El camino te va llevando». Mi camino me ha traído a trabajar primero en Desarrollo, luego en Derechos Humanos, Derechos de los niños, niñas y adolescentes en Redhnna, y a participar en temas de organización de la sociedad civil. También canto desde que tengo seis años y creo que seguiré dedicando lo que resta de mi vida a estas cosas.
Algunas personas cuestionaron que con mi profesión me haya dedicado a cosas que quizás no se asocian con una ingeniera, pero siempre pensé que mi formación académica me iba a servir muchísimo para trabajar en el ámbito social. He cumplido roles diferentes a los impuestos. Mi papá me enseñó trabajos manuales y mi mamá, Elda Rey, fue una mujer de convicciones muy firmes que no obligó a sus hijos a seguir sus mismos ideales; nos crió sin imposición. Eso me hizo entender que yo puedo ser otra persona, distinta a lo que se espera de mí. Con esa personalidad y terquedad he seguido mi camino.
Soy optimista por naturaleza y, por mi trabajo, he tenido contacto con testimonios de personas que la han pasado muy mal, con situaciones de abuso y explotación, y noto que son personas que no se rinden. Eso me ha hecho pensar que, si bien yo me enfrenté a las dificultades de la pobreza, conté siempre con una familia muy amorosa y protectora que pudo salir adelante. Aunque las dudas te ataquen, por ejemplo en el tema económico, encontrar alegría en las cosas que haces te mantiene en rumbo.
No he sentido que me haya equivocado al escoger este camino. Sí, quizás, pude haber tomado algún atajo o perdido una oportunidad para seguir haciendo lo que estoy haciendo en mejores condiciones. Pero recuerdo que en la universidad definían mi carrera, en principio por su origen etimológico, el ingenio, y también se nos decía que era el arte de encontrar el camino de menor resistencia. Todo lo que fluye, el agua y la energía, encuentra ese camino. Entendiendo eso, no pierdes tiempo en pequeñas cosas y no creo que tenga ningún arrepentimiento.
Me considero una persona que busca tejer redes que defiendan derechos. Trabajar en Derechos Humanos te permite expandir tus horizontes y ver el panorama sin descuidar las individualidades. Afinas los sentidos. Si te abres a la experiencia, descubres la diversidad y vas desarrollando la capacidad de comprender a las personas desde su posición y no la tuya. Piensas: «Esta es mi realidad, pero no es la misma de otras personas». De lo contrario, se comete un acto de injusticia al juzgar a otros desde tu perspectiva. Realmente te preguntas qué se siente estar en los zapatos de otro, si se sienten muy grandes o muy apretados. Como decía Benito Juárez: «El respeto al derecho ajeno es la paz».
Sé que me enfrento a desafíos, por la edad, porque soy mujer, latina, etc. Si bien hay muchas cosas que ahora podemos hacer, gracias a otras que lucharon, aún con muchos costos personales, todavía nos enfrentamos a barreras. Me mueve el impulso de que el mundo quede un poco mejor de cuando lo recibí. Que alguien recuerde algo que hice en vida, no para los libros de historia, sino para transformar realidades cercanas.
El color de mi vida es el canto y la composición de letras para canciones en la agrupación Vasallos de Venezuela. Es mi lugar de catarsis. Esto, junto a no abandonar el compartir con mis afectos, me hace sentirme valiosa todos los días. No en el sentido de una superheroína de película, pero sí en la realidad de que beneficia a un grupo de personas. Lo que haces llega a otros, otros y otros. La convicción de que hago lo que es correcto, encontrarme con gente inspiradora, valiosa y respetuosa, y llamar a esas personas amigas y mentoras, me mantiene en este camino.