Soy activista feminista, pero me cuesta muchísimo ubicar el origen de empezar a llamarme activista e incluso feminista. Me criaron para creer que puedo hacerlo todo, que no hay ningún tipo de limitación por ser mujer. Mis papás me hicieron saber que podía, y además que contaba con ellos para hacerlo. Eso siempre estuvo en mi cabeza, junto con valores como la justicia, y la solidaridad, que son bases fundamentales en nuestra familia y se han visto como eje transversal en mi historia
Empecé a estudiar mujeres venezolanas del pasado que lucharon por el voto para lograr una Venezuela mucho más justa. Conocer estas historias me hizo empezar a transformar la mía, y quise también transformar de alguna manera mi entorno desde lo que hago diariamente. Yo soy licenciada en Estudios Internacionales y soy investigadora de la historia de las mujeres en la política de Latinoamérica. Además, trabajo como coordinadora de proyectos culturales que tienen enfoque de género. Y tengo una iniciativa preciosa con dos grandes amigas, Ariadna García y Victoria Capriles, que se llama Encuentros Feministas. Desde hace un año venimos haciendo un espacio de diálogo y de reflexión liderado por mujeres, en donde hablamos de esas cosas que nos atraviesan, y que son importantes para nosotras.
Si pienso en qué me inspira, pienso en esas mujeres del pasado que aclararon el camino para las que veníamos después. Mujeres como Panchita Soublette, Carmen Travieso, Mercedes Pulido de Briceño, o Lucila Palacios. Pienso un montón en ellas. También me inspiran las mujeres que me rodean: mi mamá, las mujeres de mi familia, mis amigas, mis compañeras, verlas trabajar, verlas tan comprometidas, tan apasionadas.
Yo creo que mi superpoder podría ser la resiliencia. Seguir haciendo lo que hago, incluso cuando es difícil alzar la voz. También, la posibilidad de trabajar con otras mujeres maravillosas y hacer equipos hermosos. Lo veo como un superpoder porque nos han dicho que no es fácil trabajar con otras mujeres, que somos complejas, competitivas y creo que esta experiencia me ha demostrado que más bien cuando nos unimos podemos hacer cosas preciosas, inmensas y en favor de muchas otras mujeres. Si nos rodeamos de otras mujeres, nos pueden ayudar a brillar y a sacar cosas que incluso ni siquiera sabíamos que estaban dentro de nosotras. Quitarnos esos pensamientos limitantes y esas creencias que nos han metido en la cabeza, creo que esa es la mayor transformación. Cada vez somos más mujeres con el pensamiento de que somos un equipo maravilloso.
A las chamas que están buscando su camino, les diría que se lo cuestionen todo mil veces. Que podemos cambiar de opinión, y que nos preguntemos de dónde vienen todas estas cosas que están en nuestra mente. Hablen con otras mujeres para inspirarse y aprender de ellas. Estemos muy dispuestas a escuchar distintas versiones para encontrar nuestra propia voz. Hay una trampita en la sororidad y es pensar que todas tenemos que ser amigas. No tenemos que ser todas amigas, ni tenemos que parecernos. La sororidad va sobre todo de entender que hay un montón de injusticias y violencias que nos atraviesan a todas de la misma manera; y no podemos ser cómplices de eso. Es hacer equipo; juntas nos protegemos.
Mi sueño es ayudar a construir una Venezuela más justa en donde las mujeres nos sintamos seguras, libres, y podamos desarrollarnos plenamente en lo que deseamos. Ese sueño es el impulso que tengo todos los días para seguir trabajando. Imaginarme que con nuestro quehacer diario, por pequeño que sea, estamos poniendo ese granito de arena para hacer de nuestro entorno un lugar más seguro, más justo, más amoroso.