Helena Carpio

"El camino a la respuesta"

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Crecí en una finca en el estado Monagas, en el oriente del país. Cuando era chiquita me encantaba pegar la cabeza en la grama, darme cuenta del micromundo que había allá abajo. Veía los insectos, las hormigas, los grillos. También trepaba, me encaramaba bien alto en los árboles. Empecé a darme cuenta de que al acercarme o alejarme de las cosas, veía la vida desde distintos puntos de vista.
Era muy curiosa, de esas niñas insoportables que se la pasaba preguntando: ¿pero por qué? Nunca olvidaré que mi mamá en vez de callarme, siempre trató de explicarme y de hacerme sentir que esa pregunta estaba bien. Eso me quedó por dentro y cuando me preguntaban qué quería ser cuando fuera grande yo decía detective. Toda la vida me encantó hacer preguntas y tratar de resolverlas. Siendo periodista me metí de lleno en la investigación y terminé enfocada en temas ambientales. Al principio no entendía por qué, pero cuando vi hacia atrás me di cuenta de que siempre había sido un mismo camino.
La naturaleza me forjó, me llevó a lo que soy hoy. Esos ecosistemas me hicieron sentir parte de algo más grande y esas mismas preguntas que hacía de chiquita, son ahora las que guían mi trabajo. Cuando entré en periodismo me di cuenta de que preguntar es la base de todo, que hay grandes vacíos de información y que los datos satelitales son una oportunidad para dibujar los problemas que tenemos.
Siempre he pensado que Venezuela es una gran universidad de la vida, porque todos los días te enfrentas a la luz y a la oscuridad. Cuando me tocó cubrir las protestas de 2017, me quebré y entré en una depresión fuerte. Ese optimismo ciego e inocente chocó contra la realidad de un mundo que es mucho más complejo. Así que tuve que replantearme y volver a encontrar las razones por las cuáles hacía lo que hacía.
Cuando sentí que no era capaz de lograr absolutamente nada, lo que me ayudó fue preguntarme: ¿por qué no? ¿qué pasa si tratas de hacerlo? Si te encargas de hacer todas las preguntas, las preguntas te guían. Me empecé a dar cuenta de que eran un instrumento para avanzar, para construir el trayecto. Supe que lo valioso no era la respuesta, sino el camino a la respuesta. Y que a veces, en vez de una respuesta salía otra pregunta.
Lo mismo pasa con la montaña, la cumbre es lo menos importante. Es donde te quedas menos tiempo. Lo realmente importante es cómo llegas allá, qué ves en el camino. La gente que se olvida de la cumbre y se concentra en el próximo paso es la gente que llega. Mis botines son los que me han permitido llegar a los lugares más altos y las preguntas han sido mi norte.
A mí no me gustan las grandes figuras, los pedestales, porque deshumanizan a la gente. Aprendí a no juzgar nunca, creo que la empatía es fundamental en todo ejercicio humano. Fue clave para mí entender que todos somos seres duales, todos tenemos oscuridades y tenemos luces. Así como recordar que somos una especie más dentro de un ecosistema, que no estamos separados de la naturaleza; que tenemos que callarnos la boca, hacer silencio, para realmente descubrir la riqueza de la biodiversidad. La vida está en todas partes, pero está para el que quiere mirar.
Creo en tratar de ser mi mejor versión todos los días. En hacer las cosas bien aunque tomen tiempo. Quisiera dejar un camino nuevo, poder demostrar que aquí se puede vivir de manera sostenible, conservar el patrimonio y, al mismo tiempo, vivir bien. Que se puede ser feliz con lo que eres y con lo que haces.
Tu país es donde están tus muertos y tus vivos. Es donde las cosas tienen sentido, donde sueñas estar, donde perteneces. Es la familia. Yo amo el periodismo y lo que hago, pero puedo trabajar en lo que me toque para hacer que este lugar sea mejor para las próximas generaciones. Lo que hay que tener claro es el propósito e imaginarse un mundo distinto, ahí está la libertad.