Lo que comenzó en el año 2012 como algo personal, hoy se ha conformado en un equipo de trabajo en materia de Derechos Humanos; específicamente, en el área de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes, mujeres víctimas de violencia y sus familias, en todos los ámbitos. Es un camino que se dice corto pero se vive largo.
En ese momento tuve el desafío de defender a una persona, una niña, muy cercana a mí. A pesar del dolor y de la rabia, tuve que ir más allá, evolucionar, para poder defender a quien yo amaba y que no podía defenderse por sí sola. Fue una lucha que me llevó a vivir una transformación importante en mi vida, al ver la resiliencia de las personas aún siendo víctimas de un delito atroz; y, también, cuando te atreves a escuchar las voces de los afectados y cómo sobrellevan sus situaciones. De allí nace el nombre de la organización: Voces de Género. Porque de eso se trata, de escuchar las voces de los que claman justicia, de los que piden ayuda.
Hay quienes por la violencia lo pierden todo. Pero, como dice una profesora de la Maestría en Estudios de la Mujer, así mismo, de la nada, fluye el pensamiento para construirlo todo. La violencia es una conducta que ha estado desde siempre en la historia de la humanidad. Atravesarla es un desafío. Toca vivir con eso, pero siempre yendo más allá, tratando de prevenirla. Como cuando, mediante charlas informativas en las comunidades, les decimos a las muchachas que son más jóvenes: «Si tu pareja te pega, ¡no te quiere! Si te insulta, ¡no te quiere! Si te invita a prostituirte con sus amigos, ¡no te quiere! Que te controle, ¡eso no es amor!»
Si nos sostenemos entre todos y todas, podemos avanzar. Hay una frase que siempre decía mi abuela: «Que todo lo que haga tu mano izquierda, no lo sepa tu mano derecha. Pero siempre ten en cuenta que una mano ayuda a la otra». O sea, que siempre vamos a necesitar de la ayuda de alguien.
Es impresionante, pero también pasa que entre las personas somos maestros unos de otros. Una vez tuvimos el caso de unos niños que fueron vendidos y después recuperados. El punto es que uno de ellos, el más pequeño, quedó bajo la tutela de su bisabuela. Conversando un día con él, me dice: —Yo quisiera saber qué se siente tener una mamá. Yo le dije: —Bueno, tu bisabuela te cuida cómo cuidan las mamás. Él me responde: —Sí, pero hay cosas que yo también quisiera vivir.
Actualmente, él vive en una zona muy deprimida, en condiciones precarias; lo importante es que, hoy, él está vivo y está estudiando; yo lo sigo monitoreando; me comunico con él. Sé que tanto él como su bisabuela están dando los pasos necesarios para tener otras posibilidades, a pesar de todo. ¿Qué va a pasar mañana? —No sabemos. Pero hoy él da un paso, y su bisabuela también con él. Esa es la esperanza.
Nosotros no siempre tenemos todos los recursos para ayudar, pero si al menos uno puede procurar un instante para que ese ser humano se ancle a las cosas positivas de la vida, eso es bastante. Entonces tú dices, ¡Dios, gracias por eso!
En este tipo de trabajo es importante el autocuidado, no nos quedamos pegados nada más en el dolor de las situaciones. Siempre buscamos las vías de mantener el contacto con la vida. Yo siempre digo: «¡Es hora de ir al Ávila!». ¿Por qué?, porque desde las alturas todo se ve mejor. Cuando tú subes y ves desde arriba, la perspectiva cambia. Y, algunas veces, hay que saber elevarse para tener un nuevo aire y continuar.
Cuando voy a mi trabajo, cuando voy al tribunal, ante el TSJ, o lo que sea, voy con mi chaleco de siempre, porque tiene toda esa carga y energía de lo que ha sido nuestra labor; lo que hemos ganado y aprendido y, también, cuando hemos perdido. Voy muy metida en mi rol de Voces de Género, con todas mis leyes, mi logo de la ONG y todo lo demás. Eso es lo material de todo esto; lo intangible, es todo lo que me ha hecho ser mejor persona y dejar una huella a través de mi voz.