Yo tengo la suerte de que a mí me gustaron los niños desde muy chiquita. Montaba campamentos en el parque infantil del edificio desde que tenía 13 o 14 años. Las mamás bajaban a sus hijos y me ocupaba de ellos en las tardes con mucha vocación.
Desde mi casa, siempre tuve el ejemplo de ayudar a los demás, es algo que estuvo muy presente en mi vida. Mi papá se iba como médico al campo a atender pacientes y nos llevaba a mi hermano y a mí. Lo ayudábamos como enfermeros o como secretaria. Así conocimos la India, Tailandia, varias islas del Caribe y de esa manera aprendí a acercarme a la gente.
Esa experiencia de niña, me llevó después a estudiar, en la universidad, educación preescolar. Durante esa época iba a orfanatos, casas hogares. Trabajar con niños siempre me ha llenado muchísimo y para mí es algo innato. Veo un niño y me pongo a su nivel inmediatamente, les hablo de frente.
Mi papá siempre me decía: «Tú tienes la posibilidad, eres la voz de muchos que no la han tenido. Siempre tienes que trabajar por los que tienen menos». En parte por eso decidí en mi tesis de grado fundar Casa Hogar Bambi Venezuela y con 26 años abrí la primera sede. Siempre fue un llamado para mí, una conexión muy grande y le doy gracias a Dios de haberme permitido encontrar mi vocación desde tan joven, porque ha sido un norte en mi vida.
Mis hijos me enseñaron a ver con un amor mucho más grande a cada niño que llega a Bambi. Después de tenerlos, las ganas de luchar se hicieron más profundas. Nosotros somos lo que vivimos, y la forma que tenemos de ver el mundo depende de lo que pasamos en la infancia y la adolescencia. Aprendí hace muchísimos años a no juzgar, no juzgo a nadie, ni a los niños, ni a los padres. Cada uno tiene su historia y después de 28 años me sigue sorprendiendo lo que oigo.
Ha sido un aprendizaje para mí, porque yo vengo de un mundo donde nunca me faltó nada, donde tuve todas las oportunidades en una familia constituida con muchísimo amor. Eso es un privilegio que tienen muy pocos. Tuve que aprender a no sentirme mal, a intentar mitigar la tristeza profunda que se siente al saber que no le puedo cambiar la vida a tanta gente. Pero por otro lado, si no hubiera tenido esta vida, no habría tenido siquiera la oportunidad de ayudar.
También aprendí que los niños abandonados siempre van a tener la marca del abandono por más amor que reciban. Eso no quiere decir que sean niños tristes o traumatizados, pero siempre queda la pregunta, ¿por qué me dejaron? Aún así la diferencia entre cuando ingresan y cuando ya tienen unas semanas es enorme, son otros seres humanos. Muchas veces me dicen: «Tía, soy feliz porque duermo sin miedo». Muchísimos de esos niños tienen recuerdos increíbles de Hogar Bambi.
Hay días que me levanto frustrada, pero cuando me volteo y veo lo que he hecho y puedo seguir haciendo se me pasa. Ahora es que yo siento que tengo fuerza, me siento plena. Tengo varios proyectos que no se van a quedar solo en los hogares, sino que quiero extender a la comunidad. Bambi no solo trabaja por los niños, trabaja por nuestros trabajadores y colaboradores. Todo el que pasa por la Casa Hogar sale con un aprendizaje y con un cambio en su vida, porque ojos que ven, corazón que siente. Después de 28 años, puedo decir que hoy me siento contenta de haber hecho un buen trabajo, aún me falta mucho pero al momento ha sido un logro.
Me inspira el querer ayudar y saber que lo estoy logrando. A cualquiera le aconsejaría que conecte con su niño interior, es importantísimo. Creo que debemos ver la vida desde ese lugar porque nos permite ser más nobles, más afectivos. Además es la mirada que tiene más contacto con la historia propia de cada quien.
No soy muy religiosa pero la Virgen siempre ha sido mi guía, porque ella es la madre de todos nosotros y yo me he convertido en la mamá de muchos. Todos los adultos somos responsables de los niños, especialmente de los niños abandonados. Los niños son el futuro. La educación y el amor que ellos reciban es la imagen del mundo que vamos a tener.