Empoderarse para mí es reconocerse a sí mismo, pero también es reconocer los valores y potencialidades de los otros. El director o directora de orquesta, si uno lo ve de forma pragmática, es el líder de la agrupación. Es el que, literal, lleva la batuta. Y el único en llevar un instrumento que no suena. ¿Qué hace ese líder? ¡Unifica! Deja que los demás toquen sus instrumentos de manera coherente, armoniosa; generando una música que sea cónsona. Ese líder no impone, inspira y, además, tiene que saber y tiene que lograr, cuándo es el momento en el que los violines deben destacar. Y cuándo entregan su frase a las flautas y acompañarlas. Luego las flautas deben saber que tienen que tocar con el oboe y cuándo pasar a un segundo plano, para ceder el paso al triángulo que estuvo esperando, casi por diez minutos, para solo tocar una nota. Y resulta que esa nota es tan importante para que todo continúe. Ese líder tiene que generar balances, saber cuándo es forte; cuándo es piano. Solo así podrá lograr la unificación.
Me encanta hacer esta analogía, cualquier persona, teniendo la posibilidad de liderar algún equipo, si tiene en mente este concepto, la respuesta es que cuando lo haces así puedes lograr, tal como en una orquesta sinfónica, hacer sonar todo de maravilla. Cada quién dando lo mejor de sí, conectado con el otro y su líder. Y el líder con todos. Es lo que hace que la composición suene como debe sonar. Al final lo que hacemos no es para nosotros, es para nuestro público. Nosotros estamos a su servicio. Es el público quien nos importa. Lograr que se sientan inspirados y felices.
Los humanos tenemos que encontrarnos en nuestras virtudes y caminar juntos para lograr las grandes cosas. Es lo que representa para mí la 9na Sinfonía de Beethoven, la gran obra de la humanidad, en su 4to movimiento, junto a la Oda de la Alegría de Schiller, mensaje que me acompaña desde siempre.