Elisa Vegas

"Esta es mi tierra"

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Soy venezolana de nacimiento, con padres y abuelos venezolanos. Con unos valores que me inculcaron que me hacen sentir que ésta es mi tierra. Quedarme ha sido una decisión consciente, no casualidad. Hace unos años me di cuenta, dirigiendo la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, de que a través de los conciertos que hacemos en mi país, podemos cambiar la realidad, aunque sea por un instante, de las personas en contextos complicados como los que viven algunos venezolanos.
Yo no sé si empecé a escribir y leer música o palabras y textos, pero desde pequeña mi familia notó mi inclinación hacia la música. En mi infancia sonaba de todo, tal como en una emisora de radio. O sea, cambiando todo el tiempo, una música tras otra. Papá pasaba de un jazz a un estudio de Ana Magdalena Bach, de una escala de clarinete a un Luis Miguel, siempre me encantaron los boleros. Volvía a cambiar y era papá oyendo salsa, ¡literal, una emisora de radio! La música comenzó para mí como la actividad más divertida que podía hacer en mi infancia. Más tarde, se convirtió en mi gran pasión.
Pronto me di cuenta de que uno puede usar el arte y la música con otros propósitos, como para generar valor en nuestra sociedad, países como los nuestros donde de repente uno siente que a veces las cosas están perdidas, pero cuando tú vas a un concierto, a un espectáculo bueno, te reconcilias con la gente, la sociedad y eso te inspira, sobre todo cuando las producciones están bien hechas. Descubrí ese poder que tiene el arte de generar conexiones emocionales e intelectuales. Cuando vamos a las comunidades no solo llevamos un concierto y ya, sino que buscamos cuáles son las agrupaciones de esa comunidad, cómo podemos unirnos con ellos. Vemos quién es nuestro público y qué quieren escuchar.
Buscamos crear conexión, impulsar a través del arte. Es ahí cuando los proyectos brillan y se produce una retroalimentación entre la actividad que estás haciendo y la comunidad, tal como ocurre en el teatro o haciendo una ópera. Más allá del valor estético mostramos a los venezolanos en todo su esplendor; y le damos la oportunidad, a estas nuevas generaciones, que no tenían una plataforma donde actuar.
A través del arte podemos unir los mensajes, la sociedad, espacios públicos, dar esperanzas. Se borran las barreras de todo tipo, es como si fuéramos hermanos, literal, a pesar de las diferencias. Si disfrutamos todo esto juntos, es un punto de unión. Me motiva tener la posibilidad de ser parte de ese engranaje. Ser parte de esa rueda que va produciendo experiencias.
Yo comencé a dirigir hace más de 15 años, no había muchas mujeres directoras, hoy en día hay un poquito más. Ser mujer y directora de orquesta, es algo que siempre lleva muchos retos. Lo más común es que dirija un hombre mayor, con más experiencia. Últimamente, ha cambiado un poco la historia, existe un poquito más de apertura. Pero ha representado muchos retos, porque, evidentemente, es un cambio, y no siempre he sido bienvenida en todas partes, a veces, por el mismo hecho de ser mujer.
Una mujer adulta requiere de mayor esfuerzo y coraje al momento de decidir iniciar un proceso de formación, más aún si es madre soltera y sostén de su hogar. Es urgente que existan políticas públicas asertivas en materia de una educación de calidad y también de salud; sobre todo de salud sexual y reproductiva para la prevención del embarazo adolescente. Prevención del maltrato y violencia contra las mujeres. Si no hay un gran cambio en todo el sistema educativo no podemos tener los cambios que queremos en la sociedad. Las políticas públicas son las que hacen al país, eso es lo que hace ciudadanía.

Empoderarse para mí es reconocerse a sí mismo, pero también es reconocer los valores y potencialidades de los otros. El director o directora de orquesta, si uno lo ve de forma pragmática, es el líder de la agrupación. Es el que, literal, lleva la batuta. Y el único en llevar un instrumento que no suena. ¿Qué hace ese líder? ¡Unifica! Deja que los demás toquen sus instrumentos de manera coherente, armoniosa; generando una música que sea cónsona. Ese líder no impone, inspira y, además, tiene que saber y tiene que lograr, cuándo es el momento en el que los violines deben destacar. Y cuándo entregan su frase a las flautas y acompañarlas. Luego las flautas deben saber que tienen que tocar con el oboe y cuándo pasar a un segundo plano, para ceder el paso al triángulo que estuvo esperando, casi por diez minutos, para solo tocar una nota. Y resulta que esa nota es tan importante para que todo continúe. Ese líder tiene que generar balances, saber cuándo es forte; cuándo es piano. Solo así podrá lograr la unificación.

Me encanta hacer esta analogía, cualquier persona, teniendo la posibilidad de liderar algún equipo, si tiene en mente este concepto, la respuesta es que cuando lo haces así puedes lograr, tal como en una orquesta sinfónica, hacer sonar todo de maravilla. Cada quién dando lo mejor de sí, conectado con el otro y su líder. Y el líder con todos. Es lo que hace que la composición suene como debe sonar. Al final lo que hacemos no es para nosotros, es para nuestro público. Nosotros estamos a su servicio. Es el público quien nos importa. Lograr que se sientan inspirados y felices.

Los humanos tenemos que encontrarnos en nuestras virtudes y caminar juntos para lograr las grandes cosas. Es lo que representa para mí la 9na Sinfonía de Beethoven, la gran obra de la humanidad, en su 4to movimiento, junto a la Oda de la Alegría de Schiller, mensaje que me acompaña desde siempre.