Belkisyolé Alarcón de Noya

"¡Está en la hora!, y sin demora"

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Yo decidí estudiar medicina y esa decisión fue mía solita. La ilusión de mi padre era que yo fuera farmacéutica porque era lo que daba dinero. «Pero Belkis, inscríbase en la Facultad de Farmacia» –No papá, en medicina–, igual papá me inscribió en la Facultad de Farmacia, «bueno, por si acaso Belkis, y no sale en la lista…».
Yo no pude complacer a mi padre porque traía muy buenas calificaciones del bachillerato, así que salí en la lista de medicina. Papá igual estaba orgulloso. Siempre tuve la inquietud por hacer una medicina que fuera potenciada de alguna manera, que uno pudiera hacer algo pequeño, pero que se potenciará e irradiará a una comunidad mayor.
Mi esposo es un hombre que se ha dedicado a la malaria, Oscar Noya. Emprendimos el camino juntos, nos casamos apenas graduados, —y ese es el Noya que tengo; espero me dure toda la vida—. Hicimos el doctorado en los Estados Unidos, siempre con un objetivo: «volver, volver, volver», como dice la canción, a pesar de que el momento histórico era otro, pero las ofertas fueron las mismas, quizás más jugosas, porque nos ofrecieron muy buenos cargos en los Estados Unidos. Éramos unos médicos un poco raros, porque decían «¿cómo que unos médicos que pueden hacer medicina privada se están dedicando a la medicina tropical; y a estos campos de la parasitología?». Nosotros llegamos a Venezuela justo a los dos años que habíamos hecho el compromiso; porque queríamos volver a como diera lugar. Oscar, el 1ero de Octubre ya estaba trabajando en la Universidad, en el Instituto de Medicina Tropical, y yo empecé a trabajar el 2 de Enero de 1980.
El Instituto de Medicina Tropical tiene una gran característica, que lo mejor que tiene es su gente. Si nosotros hubiéramos estado solos —y cuando digo nosotros, es el Consejo Técnico y su Dirección—, yo creo que no hubiéramos logrado nada. Lo logramos con el personal del Instituto de Medicina Tropical. Yo voy a cumplir pronto nueve años de gestión, dirigir el Instituto es duro, pero no me arrepiento.
Mis padres siempre buscaron contacto con la gente y nosotros lo hicimos con nuestros hijos, fíjate que mi hijo Oscar Gustavo, es médico indigenista. Yo creo que tiene mucho que ver la formación que recibes en la casa. Entonces no tienes miedo de codearte con tu gente. Porque es una experiencia médica personal de contacto con un paciente aterrado por su condición. En este momento, por ejemplo, tenemos pacientes con tuberculosis y eso nos está girando un poco los sentimientos; nos está revolviendo la vida.
No pueden darse idea del nivel de tuberculosis que estamos viendo. La cuestión es preocupante. La movilidad, la gente, incluso de clase media, que usa el autobús, metro. Que van al colegio, universidad; al trabajo. Y claro, con otras modalidades de relación humana que no habían en mis tiempos. Uno ve que los jóvenes se mezclan, de manera más íntima, con más frecuencia y mayor número de personas diferentes. La promiscuidad en las relaciones lo vuelve todo más difícil. Pacientes que no le dicen a su médico lo verdadero de su realidad, y saben que no están haciendo lo correcto. El médico tiene que crear confianza en su paciente, identificarse con su gente. O sea, tú estás sufriendo y yo estoy sufriendo contigo. Aquí nos vamos a sanar los dos, ¡aquí usted se va a curar! Hay que transmitirle toda esa fortaleza al paciente, porque lo está necesitando.
Nuestros maestros nos enseñaron que el paciente tiene un entorno y en ese entorno está buena parte de la prevención. Si tú tienes un niño que viene a la consulta, ¿verdad?, al representante le costó un pasaje, una constancia de trabajo, ¡aprovecha esa consulta para ver bien ese muchachito! ¿Recibió todas las vacunas? Revisa su peso, talla. Observa cuando abre la boca, toca su barriga. Si tiene un tumor en la barriga, y si no lo tocas, no te darás cuenta. ¡Toca a tu paciente! ¿Qué nos diferencia de los médicos extranjeros? ¿Qué es lo que dicen por todas partes en Sudamérica? Un buen médico venezolano es otra cosa. ¡Y lo es! Es una persona que toca y revisa a su paciente. Y a veces, entra en contradicción «¿lo abrazo, no lo abrazo?». Yo tuve un paciente con tuberculosis y terminé abrazándolo, ¡quién sabe desde cuándo no abrazaban a ese hombre! Entonces piensas, bueno, yo también tengo que protegerme, pero terminé abrazándolo, ¿entiendes? Por impulso o mi manera de ser. Y te aseguro, ¡ese paciente se va con más energía!
Nosotros hicimos mucho trabajo de campo en nuestros primeros años y lo seguimos haciendo. Dimos muchas clases de pregrado, fuimos profesores de parasitología. Dar las clases era un reto para nosotros, «dar la mejor clase», porque nosotros de estudiantes habíamos sido muy críticos con los profesores piratas, ¡que se «jayan»! Soy enemiga de la mediocridad y el conformismo; de un «no, hasta aquí doctora», pero ¡qué más! Yo creo que siempre hay que buscar la excelencia en cualquier ámbito, donde estés, como madre, esposa, profesional, médico.
Papá y mamá no eran profesionales, y digamos, me dieron esa entereza. Creo que toda mujer tiene que buscarse su rinconcito y su tiempo. Cuando yo llegaba a casa «quiero contar esto a mamá…» —algo que me pasaba o pensaba que haría, y tal— mamá nunca me dio un consejo de haz esto o aquello, pero solamente con el hecho de contárselo era como si yo me descargara, o reforzaba en mí algo, y por supuesto, a mi compañero de vida Oscar Noya, con quien comparto todas mis angustias. Él ha sido una clave fundamental en el desarrollo de mi vida, no hay dudas. Ha sido un pivote esencial. Papá tenía un lema «el mundo sigue su marcha». Ante cualquier situación, papá siempre lo decía. Esa frase quizás quedó dando vueltas en mi cabeza desde niña, y ha estado presente toda mi vida. A lo mejor también me ha dado fortalezas.
Mira este reloj, fue un regalo de mi mamá, Lida Marcano de Alarcón. Se lo regalaron cuando cumplió 15 años, y un día me lo dio. Tiene un broche especial, si se me abre el reloj, en cualquier parte, yo no lo pierdo. Sigue allí porque es una pulsera, tiene ya como 80 años. Es parte de mi lazo familiar, con mi pasado; mi niñez. Hay veces que salgo de la casa y «uy, me olvidé mi relojito». Entonces, digo «Mamá, ya tú sabes, ¡échame un ojito!». Es un tipo de compañía. Aún funciona. ¡Está en la hora!, y sin demora.