Mi madre es de los Estados Unidos y mi papá es venezolano, se conocieron allá pero luego se vinieron a Venezuela. Durante mis primeros 12 años vivimos entre Maracaibo y Caracas, tiempo suficiente para que tuviera una enorme transformación afectiva con este país.
Luego regresamos a USA y ahí terminé de hacer gran parte de mi educación. Soy arquitecto. A lo largo de mi vida tuve distintos encuentros que me llevaron a querer trabajar en un ámbito relacionado al espacio construido, junto a la gente. La arquitectura es una linda disciplina porque enseña cómo transformar nuestro entorno usándonos a nosotros mismos como una suerte de espejo, tanto en lo íntimo de nuestra casa, como en los espacios públicos.
Cuando era estudiante, no me sentía cómoda con lo que me enseñaban sobre los barrios: nuestras vecindades autoconstruidas. No me resultaba convincente. La deformación profesional viene de esa creencia que nos deja la universidad de pensar que uno tiene una experticia que va a compartir y proyectar. Sí creo, sin embargo, que la universidad es muy valiosa en permitir hacer mejores preguntas. Uno tiene la posibilidad de unir, crear alianzas y de hacer caminos posibles de transformación.
Antes de vivir en Roma, tuve la oportunidad de estar en el barrio La Morán, cerca de Catia, con mi tío Juan. Esa experiencia me dejó muchas preguntas, fue intelectualmente muy estimulante. Luego conviví con artistas brillantes en los Premios Roma y pude sentir la pasión y el rigor que tenían al trabajar. Todo lo hacían de una manera completamente fluida.
Ahí se develó el enigma de mi profesión. Entendí el espacio que me daba mi carrera para mutar hacia los desafíos del siglo XXI, que son muy distintos a los del siglo pasado. En el mundo, el ambiente urbano autoconstruido representa una porción muy grande y se proyecta que siga creciendo. Con esto en la cabeza decidí regresar definitivamente a Venezuela y, al día siguiente de haber llegado, estaba una vez más en el barrio La Morán. De ahí en adelante ha sido como un llamado que, con el tiempo, ha cambiado mi forma de ser profesional, de pensar y de dar clases.
Mi aproximación ha sido desde la observación. Mucha curiosidad y escucha. La curiosidad nos puede acercar siempre, porque la persona más diversa puede ser fascinante. Nuestra ciudad está muy fragmentada y dividida socioeconómicamente, pero la realidad es que en los barrios de Caracas vive la mitad de la población. Entonces, inclusive el lenguaje tiene que cambiar. Porque uno escucha muchas veces a la gente aproximarse al barrio como un lugar donde hay que operar y hacer cosas, no donde están nuestros vecinos. Todos somos ciudadanos de una ciudad compleja, rica y diversa.
Ahora estamos más centrados en trabajar en el barrio La Palomera, en Baruta, donde el intercambio ha sido inmenso, especialmente de allá para acá. Yo he podido aportar como intérprete o facilitadora, más que como profesional. Estuvimos un tiempo, junto a muchos artistas y vecinos, recorriendo, jugando bolas criollas, celebrando la Cruz de Mayo, bailando. Luego de una gran fiesta salió la posibilidad de hacer un centro de arte y cultura permanente. Hoy se llama «La Casa de Todos», una unión de 14 a 16 entes que ofrecen una programación de cultura a nivel metropolitano.
Creo que el aprendizaje está en entender realmente que la contribución más valiosa que puedo hacer es facilitar procesos, pero no es sencillo. El reto está en cómo co-diseñar, co-pensar, cómo hacer realmente las cosas en conjunto. Yo tengo un problemita con la palabra liderazgo porque supone un protagonista, nos separa mucho entre quienes lideran y quienes son liderados, cuando lo que hacemos es una proyección de cómo estar juntos en una ciudad que compartimos.
Hemos desarrollado formas muy enriquecedoras para permitirle a los vecinos compartir sus preocupaciones y diseñar. El dibujo, por ejemplo, me resulta una herramienta clave. Es posible hacer un dibujo con mucha efectividad, comunicar un concepto y también darle al otro el lápiz, porque la raya la puede hacer cualquiera. La práctica es también un ejercicio ético de no atropellar sino permitir que cada quien tenga espacio de ser su mejor versión. Respetar y reconocer al otro. Ahí hay una riqueza de diseño que solamente se puede alcanzar cuando todos participan, y eso se genera con la invitación de venir al barrio. La creatividad es de todos y es la que provoca esos diálogos. Te lleva a cuestionar todas esas barreras fronterizas tontas que tenemos con el territorio.
Siento una dicha máxima al haber sido testigo de este proceso que es «La Casa de Todos». Era un espacio que estaba lleno de escombros, basura, y que ahora es esta pequeña utopía donde estamos todos revueltos, mezclados, y la diversidad se celebra. Viene mucha gente a visitarnos y se van llenos de ramas y de cosas para sembrar en su casa, o los niños van a la biblioteca y salen con libros prestados. Es un sitio de ofrecimiento, de ofrendas.
Hay contratiempos también, cosas que son parte de nuestra construcción de ciudadanía pero se abordan siempre desde una perspectiva de construir juntos. Venezuela no es un sitio fácil, pero hemos aprendido a buscarle la vuelta, a ser creativos. Es irónico que la que más defiende que esté acá es mi madre norteamericana, pero tengo una herencia familiar que le dedicó mucho a este país. Además, con el trabajo que hemos hecho es donde más he crecido como persona. Es una práctica que realmente busca tejer alianzas, una red afectiva, profesional, que me aferra a este país. Este es mi amor más grande en el mundo.