Lo que antes me avergonzaba es lo que ahora quiero mostrarle al mundo. De pequeña nos mudamos de la finca a la ciudad como una decisión de mis padres de darnos una mejor educación en la capital. A mis doce años esto se volvió insostenible para mi padre finquero, quien debía estar presente en el campo y no quería perderse el compartir con sus hijos. Entonces decidieron devolver a la familia a Acarigua. Hoy puedo decir que esa decisión para mí es un ejemplo de darle valor a la familia unida, pero en el momento no lo entendía.
Para mí el cambio fue fuerte, iba a dejar a mis amigos y las comodidades de la ciudad para volver a la finca. Lo recuerdo como una parte muy oscura de mi vida, con mucha rabia, porque a mis 12 años cuando voy a entrar a primer año de bachillerato, cuando ya habían empezado las fiestas, cuando yo estaba en mi zona de confort en el colegio San Ignacio, con mis amigos, me dicen: bueno, te vas. Pensaba qué vergüenza, a esa edad los niños de Caracas me preguntaban si iba a la escuela en burro, pero no tuve derecho a pataleo.
Al poco tiempo de volver al llano, mi familia logró que se fundara el Colegio Los Caminos, apostando por la educación del Estado Portuguesa. Mis padres coordinaron sus contactos gremiales para que cada quien aportara desde su lugar, con construcción, trabajo, dinero. El colegio en donde me gradué es ahora un colegio integral con 750 estudiantes, en donde se enseña, además del currículo tradicional, habilidades blandas y valores. «Los Caminantes» como nos llamamos, aprenden que para lograr cada cosa que se hace en la vida hay un proceso que interrelaciona muchas variables, esto tiene que ver con el crecimiento personal y el desarrollo de las fortalezas que todos tenemos.
Mientras estudiaba mi bachillerato volvía frecuentemente de visita a la ciudad y al graduarme estudié en la Universidad Metropolitana, para mí eso era salir del campo. Fui parte activa del movimiento estudiantil de esa época y después empecé a trabajar en Empresas Polar. También me casé con un caraqueño, entonces, cada vez más, el llano se me hacía lejano. Pero en 2012 mi papá me llamó con la noticia de que iban a expropiarnos la finca. En ese momento me dijo que la única forma de que lo sacaran de ahí era sin vida. Esto me removió, decidí irme a Acarigua a acompañarlo y pelear legalmente. Fue un proceso intenso y con muchas emociones. Ahora podemos decir que gracias a la pelea que dimos y todos los esfuerzos que hicimos, somos uno de los cinco casos de expropiación de fincas que devolvieron.
Entendí que había mucho potencial en el llano donde yo particularmente podía transformar la rabia en amor por crear. La rabia es una emoción que todos nos vamos a encontrar en muchos ámbitos, por diferentes situaciones que nos depara la vida, y que es súper intensa. Es de los mayores impulsos, te puede hacer seguir un propósito y ejecutar. Esa emoción tan fuerte tiene la posibilidad de convertirse en una pasión. Empiezas a ver que te trae muchas más cosas positivas que negativas. Una expropiación es un proceso bien complicado, te arrancan algo que es tuyo, donde naciste, que ha sido tuyo toda la vida, que de alguna manera lo has trabajado. Como les digo, la rabia puede transformarse de muchas maneras en el momento en que tú entiendes que eso puede ser un impulso para crear. Y aquí hablo de crear ideas, crear empresas, crear empleo… Te das cuenta de que al canalizar la rabia encuentras mucha más satisfacción.
Mi otra premisa sería honrar tu herencia y ponerle tu esencia. Honrar lo mejor de la tradición y ponerle mi sello a lo que hago ha sido clave en mi vida. Tras mis experiencias le agarré mucho amor a lo que significa ser finquera en el llano venezolano. Ahora quiero que todo el planeta pueda experimentarlo y saborearlo, con productos de excelente calidad y experiencias como el campamento. Ya no hay nada vergonzoso, ni rabia, sino mucho orgullo por mi historia, la de mi familia y la de mi tierra. Mi propósito es llevar lo mejor del llano a Venezuela, y creo que lo mejor de Venezuela es su llano.