Mi labor empezó a raíz de un momento que unió aún más a mi numerosa familia. Uno de mis sobrinos, hijo de una prima hermana, tuvo un accidente en donde creemos que no fue bien manejada su lesión y se generó daño permanente en la médula, la única célula del cuerpo que no se regenera. Quedó parapléjico. Toda la familia quería poder ayudarlo, queríamos encontrar una cura que en ese momento los doctores decían que podía estar detrás de la puerta. Han pasado 34 años y aún no existe.
Ese tiempo no ha sido en vano y la intención de ayudar se ha mantenido. Las primas buscamos formas de ayudar a otros con lesiones medulares a volver a su vida. Decidimos reunir dinero para poder entregar sillas de ruedas, lo mínimo que se merece cualquier persona que necesite una de forma permanente. Así empezó el bazar, y luego una tienda llamada Distribuidora Pewter, a cargo de una cooperativa familiar. Aún conservo la caja de metal de casa de la abuela que sirvió para guardar la plata de nuestra primera recaudación de fondos, siempre la llevo a los nuevos bazares, pero, gracias a Dios, el dinero que recaudamos para ayudar ya no cabe ahí.
Al principio creímos que con entregar 200 sillas sería suficiente; pronto entendimos que el universo de personas con movilidad reducida en Venezuela es mucho mayor. Casi el 1% de la población necesita una silla de ruedas de por vida, por diversas causas, accidentes medulares, genética, enfermedades, accidentes de trabajo y violencia. Poco a poco y como una invasión a nuestra vida, Funda Pro-Cura se convirtió en algo mucho más grande. Nos sorprendió y cuando nos dimos cuenta estábamos metidas en un mundo que no conocíamos. Nos mudamos a Chuao y creció la familia extendida, porque a la Fundación se han sumado miles de amigas, colaboradores, voluntarios y beneficiarios.
En 30 años habíamos entregado 10.000 sillas, casi una por día. Hemos además complementado con terapias de rehabilitación, psicoterapia y programas de reintegración social. Logramos construir el primer centro de lutería en Venezuela adaptado a personas con movilidad reducida. Además de programas de emprendimiento adaptados y factibles. Junto a nuestras alianzas hemos hecho todo lo posible y seguimos tratando de sensibilizar a otras personas y hacer de Caracas una ciudad mucho más amable. Un lugar en donde entendamos que estas personas tienen los mismos derechos.
Buscamos siempre la silla que sea más adecuada y de la mejor calidad para que dure mucho tiempo y pueda ser usada en una vida productiva. Por ejemplo, un chico que recibió una debe rodar 7 km de ida y vuelta cada día. Es por eso que nos esforzamos en la calidad a través de las donaciones que recibimos. Siempre hay pequeños recordatorios que te impresionan. Nos dicen: «No sé cómo agradecer porque ahora tengo piernas». La silla son sus piernas.
Uno de los chicos que participó en los programas de formación perdió las dos piernas en un accidente de moto, su mamá lo trajo porque estaba deprimido; después del programa montó un centro de reparación de teléfonos en Petare, que llamó «Mocho Center». Ver el antes y después de alguien que está al punto del desahucio, retornar a la vida y mantener a su familia con una sonrisa, eso nos llena. Y así hay miles de casos.
Antes lloraba más al toparme con la historia de cada persona, porque sin duda te conmueves, pero ahora ese sentimiento se ha transformado en agradecimiento de poder generar un cambio en sus vidas. Un día mi hija escribió una carta en donde nos dice a las «primas Pewter» que si bien no entendía por qué su mamá trabajaba tanto, ahora se da cuenta de la importante causa en la que estamos comprometidas.
Las mujeres somos líderes naturales y logramos lo que queremos. La libertad es poder hacer lo que quieres y yo lo hago. He podido disfrutar a mi familia que ahora suma 13 nietos, y en mi labor, que es ayudar, además cuento con una hermosa familia extendida.