Yo me puedo curar haciendo comedia. Es como una adrenalina o no sé qué cosas se generan en el cuerpo, pero te juro que me ha pasado dos veces. Una vez cerraba el show, que sabes que el que cierra el show tiene más peso, es el que tiene que dejar la gente arriba. Y yo llegué con gripe. La productora me dijo «Anita, no vas a poder cerrar». Y yo le dije «tú tranquila que de aquí a una hora este cuerpo entiende que se va a montar en una tarima». Y me subí a la tarima como alguien que llegó súper saludable. Es como una fuerza superior.
A mí me gusta ver a la gente reírse. No solo hago reír en la tarima, voy a pagar algo y necesito escuchar la risa de la gente. Mi primera directora de teatro, María Félix, decía «yo hago esto —refiriéndose a hacer teatro— porque yo quiero que me quieran», siento que hay un poco de eso, de querer el amor de la gente.
Yo era como la payasita de la familia. Hacer reír era mi manera de llamar la atención, de decir «¡Ey, yo existo!». Mi hermano era el muchacho serio, el primogénito, el varón sobre el que cayó todo el privilegio, pero también el peso de «tú vas a ser el que…». Y yo era la niñita en la que no había ninguna expectativa. Yo tengo fotos en donde salgo montada en una mata, un burro, un árbol; mi hermano que era el varón, no se montó jamás; ¡yo sí!, donde había algo para montarse yo siempre me trepaba y con una sonrisa espléndida. Cuando nadie espera nada de ti es duro, pero al final es un espacio privilegiado.
Tengo la capacidad de hacer lo que quiero hacer; cuando digo que voy a hacer algo, incluso echando broma, mi familia me cree. Mi papá siempre decía «cuando yo me muera… no sé qué…», y un día le dije «cuando tú te mueras ¡yo mando a cerrar la Hermandad Gallega y monto Capilla Ardiente!». «¡Tú no vas a hacer eso!», él respondía serio. Y después saltaba mi mamá «yo a eso no voy». Yo en ese momento no entendía por qué ellos reaccionaban así, pero mis papás sabían que todo lo que yo decía lo hacía.
No ser tú mismo da más trabajo. La gente lo llama ser fiel a sí mismo, yo creo que es ser feliz y ya. Para mí ser auténtico es sentarte y decir, por ejemplo, «yo a eso no estoy dispuesta porque me va a quitar mi felicidad». Hay que irse quitando prejuicios. Yo sé que me veo mayor, pero no voy a dejar de ocupar ningún espacio por eso.
El micrófono es mi sistema de poder y la tarima es un espacio conquistado. En la comedia somos muy poquitas, y ninguna señora, todas son chamas, es un ambiente duro, nadie me abrió la puerta; tampoco es que me la tiraron en la cara, pero se baja un tipo y le dicen «verga te fue buenísimo…», pero tú te bajas de la tarima y sabes que la partiste y es: «oye la señora Ana es buena…».
Cada vez más, en las mesas de los bares, ves a tres, cuatro, más mujeres. Antes era una mujer acompañada de su pareja y un pana. Ahora son más las mujeres que asisten y agradecen que se toquen sus temas y sean tratados con humor. Porque siempre son los mismos temas de: la suegra es un fastidio, mi mujer es una obstinada. El mundo está cambiando y los hombres no se dan cuenta de que hay que ir más rápido porque hay mucho público. Yo paso por las mesas de los locales y veo mujeres entre cincuenta y cuarenta años, y ahí, en esa mesa, te aseguro, hay alguien que necesita oírse a sí misma desde el humor.
Tú escoges la escala de lo que de verdad puede ser un problema. La vida puede ser un barranco, pero también te puedes agarrar a las cosas buenas. No porque siempre vaya sonriendo por la vida, a mí no me pasa nada o estoy feliz todo el tiempo. No, a mí me pasan cosas, a lo mejor es de locos, pero yo creo que de todo se puede sacar un recurso para estar feliz y en paz, y si no, evaluar y buscar las herramientas necesarias para estar feliz y en paz.
No ser tú mismo da más trabajo. La gente lo llama ser fiel a sí mismo, yo creo que es ser feliz y ya. Para mí ser auténtico es sentarte y decir, por ejemplo, «yo a eso no estoy dispuesta porque me va a quitar mi felicidad». Hay que irse quitando prejuicios. Yo sé que me veo mayor, pero no voy a dejar de ocupar ningún espacio por eso.