Alba Carosio

"Todavía hay muchísimo trabajo por hacer"

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Como mujer, desde muy joven, uno empieza a encontrarse barreras. Yo nací en Argentina y me vine con 26 años a Venezuela. Aunque tuve una madre feminista que en los 70 quería que nosotras estudiáramos, cuando yo estaba por terminar el colegio secundario, todavía en la familia se discutía si valía la pena que una mujer fuera a la universidad. Se asumía que se iba a casar, entonces, ¿para qué la familia iba a hacer el gasto económico y de energía que significaba una carrera universitaria para una mujerón.

Me casé a los 21 años y tuve un hijo, también muy joven. A mi compañero de la época le ofrecieron un trabajo en Maracaibo, así que nos vinimos con mi hijo que era muy chiquito. Allí me encontré con lo que fue el destino de mi vida, mi hacer actual: me encontré con un grupo de compañeras y formamos la Liga Feminista de Maracaibo. En aquella época, una compañera, Gloria Comesaña, había estudiado con Sartre y Simone de Beauvoir, y había vivido el movimiento feminista en Francia. Para que nos respetaran en la Universidad del Zulia, decíamos que íbamos a invitar a Simone de Beauvoir a que viniera a dar unas charlas. Comenzamos así, no éramos muchas, éramos unas ocho, diez. Algunas hoy siguen siendo mis amigas, militantes y compañeras. 

Éramos típicos productos del feminismo de la segunda ola, que se desarrolló en los años 60 y 70 sobre la base de mujeres jóvenes que tuvimos la oportunidad de ir a la universidad, y nos encontramos de manera muy directa con el patriarcado en las estructuras académicas, laborales y familiares. Empezamos a escribir, a hacer revistas, y a reflexionar sobre cosas que el feminismo de la primera ola —que fueron las que lucharon por el derecho al voto— no había tenido la oportunidad. Hicimos los primeros encuentros feministas. Recuerdo que en la primera charla que organizamos sobre sexualidad en la Universidad del Zulia, literalmente le tiraron tomates al conferencista Carrera Damas, el autor del libro «¿Es usted un macho?».

Todo ese movimiento rompió algunas barreras, pero otras siguen tal cual. Todavía hay muchísimo trabajo por hacer. Desde la Universidad, que es mi campo, busco hacer entender esas realidades, mostrar las evidencias a través de las investigaciones y publicaciones, y proponer actividades y políticas públicas que ayuden a igualar la situación de las mujeres. Todo eso hay que reflexionarlo profundamente, porque esa es la principal prevención que podemos hacer a la violencia: la educación reflexiva.

Yo creo que la educación también está en proceso de evolución. Tiene que haber igualdad social. Enseñar que no hay personas que valen más y personas que valen menos, todos tenemos el mismo valor porque todos somos seres humanos. La educación para la igualdad es preventiva porque cuando hay desigualdad se produce violencia. Ya sea cuando alguien tiene más fuerza que otro, o cuando alguien se siente discriminado, que también puede reaccionar violentamente.

Yo soy muy racional, creo profundamente en la autoformación y en la lectura. Vivir las múltiples vidas que te da la lectura me hace conectar con otros seres humanos. Disfruto muchísimo lo que hago. Trabajar en la universidad y poder ayudar, poder discutir, es tan lindo que aunque no me pagaran lo haría. Yo quisiera que a las estudiantes que han pasado por mi formación, les haya servido en sus vidas, en lo profesional y en lo humano, y que guarden un buen recuerdo mío. Yo también guardo un gran cariño hacia los profesores y profesoras que me dieron clase. La docencia, el enseñar, es una profesión muy hermosa porque es como de alma a alma: de mi alma, al alma de ellas, y del alma de ellas al alma mía. Uno da lo que uno puede, yo entrego todo lo que considero puedo aportar. Eso hace una gran conexión.