Estoy conectada con lo social desde muy chama, en mi familia eso siempre estuvo muy presente. A los ochos años recuerdo acompañar a mi abuela, que era dama samaritana, a los hospitales y ancianatos. Ya a los 16 años empecé con el grupo social de la Iglesia, luego a los 18 tuve mi primera vinculación con una ONG de derechos humanos y a los 20 años formé mi propia organización.
Soy periodista, así que comencé a trabajar en todo lo relacionado a la participación ciudadana, el acceso a la información y la libertad de expresión. Parte de mi carrera me ha ayudado mucho en este proceso, me hizo descubrir la importancia de mi voz y de trabajar la valentía para expresarme. Reconocerse dentro del miedo y no dejar que nos absorba es una forma de decir: sigo siendo humana.
Creo que el ser humano se moviliza por dos acciones: la indignación o la pasión. A mí me mueve el saber que las cosas no se están haciendo bien. Me siento indignada y como soy una joven disconforme, empiezo a hacer cosas para sentirme a gusto con el entorno que me rodea. Siento que ayudando a los demás me ayudo también a mí misma. La esencia de mi activismo está en la palabra sudafricana Ubuntu: yo soy porque tú eres y a la medida en que tú eres, yo puedo ser.
Hay muchos roles dentro de la cultura de agentes de cambio y creo que mi rol principal es precisamente conectar, servir de puente entre la idea y la acción. La gente piensa que el ser humano, especialmente el venezolano, es una persona apática a su entorno social, pero no puedo estar más en desacuerdo con eso. Lo que he visto a lo largo de mi trayectoria es que la gente no es que no quiera participar, es que no sabe cómo hacerlo. Necesitan siempre un empujoncito.
Algo que he aprendido durante estos años es que uno es valioso y que no hay acción pequeña. Con que cambies la vida de una sola persona es suficiente, todas las acciones suman. Cuando uno trabaja con el otro, es importante desprenderse del ego, reconocer la importancia del trabajo compartido y decir: mira, estamos todos juntos en esto.
Además de haber empezado muy chama, tengo a favor que soy extremadamente organizada y metódica. Cuando miro hacia atrás pienso que eso me permitió trazar una hoja de ruta que, en otro contexto, ni siquiera me hubiese imaginado que podría hacer. Hubo un tiempo en el que estuve muy mal emocionalmente y, en ese momento, el querer hacer algo por los demás era lo que me daba impulso cuando no tenía ganas ni de levantarme de la cama. También me ayudó a hacerle frente a mis debilidades para poder reconocerme libre.
No hay que tener miedo a pedir ayuda. Hay que reconocer las capacidades, los límites, encontrar aquello que nos moviliza y empezar a actuar en base a ello. Reconocernos como seres humanos imperfectos con el potencial de hacer muchas cosas. Cuidar la dignidad humana y sentirnos merecedores. Está comprobado que el primer paso es el más difícil, pero una vez que lo das, todo va viniendo en consecuencia.